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Fomentar la unidad, aquí y ahora

Mon, 21 Dec 2020 19:53:00
 

CAMINEO.INFO.- ¿Qué es el ecumenismo y por qué es importante? ¿Quienes son los responsables de llevarlo adelante? ¿Cómo se participa en el ecumenismo? ¿Qué podemos hacer nosotros, las comunidades cristianas, las familias, cada uno y cada una personalmente, en nuestra situación concreta?

Con motivo de la publicación del Vademecum ecuménico “El obispo y la unidad de los cristianos” por parte del Pontificio consejo para la unidad de los cristianos (4 de diciembre de 2020), cabe en primer lugar señalar los orígenes del movimiento ecuménico. A continuación, la importancia del ecumenismo y otros aspectos de la participación de los fieles católicos en la tarea ecuménica. Y finalmente, presentar a grandes rasgos el presente documento.


El movimiento ecuménico

1. Los orígenes del movimiento ecuménico. El comienzo del Movimiento ecuménico tuvo lugar en el ámbito protestante. Fue en Edimburgo (Escocia) donde se reunieron en 1910 los delegados de sociedades misioneras, anglicanas y protestantes. Quienes las integraban tenían una indudable preo­cupación misionera y social, que se venía manifestando desde el siglo anterior.

Pues bien, en aquella asamblea un delegado de las jóvenes igle­sias (los recién convertidos al cristianismo) del Extremo Oriente, se alzó para expresar una súplica:

«Vosotros nos habéis mandado misioneros que nos han dado a conocer a Jesucristo, por lo que os estamos agradecidos. Pero al mismo tiempo, nos habéis traído vuestras distinciones y divisiones: unos nos predican el metodismo, otros el luteranismo, otros el con­gregacionalismo o el episcopalismo. Nosotros os suplicamos que nos prediquéis el Evangelio y dejéis a Jesucristo suscitar en el seno de nuestros pueblos, por la acción del Espíritu Santo, la Iglesia»

A partir de ahí se dio una fuerte toma de conciencia del drama y escándalo de la separación de los cristianos, precisamente en el ámbito de la misión y de la evangelización: Cristo predicó el Evan­gelio y las Iglesias cristianas no deberían predicar cada una «un» evangelio distinto ni fragmentario.

La Iglesia católica se unió plenamente a ese movimiento a par­tir del concilio Vaticano II, pero ya en las décadas anteriores había reconocido que se trataba de una inspiración del Espíritu Santo.

Hagamos un inciso para señalar cuáles son las principales divisiones entre los cristianos antes de nues­tro tiempo. Son dos: la producida en el siglo XI entre Occidente y Oriente (con los ortodoxos), y la crisis de los llamdos en general Reformadores (de doctrina protestante) en el siglo XVI. En relación con estos, los reformadores o protestantes, hoy hablamos de “cuatro reformas”:

– primera reforma, la de los luteranos, (comenzada por Lutero a principios del s. XVI);

– segunda reforma, la de los llamados reformados (en sentido estricto) o calvinistas : nacida en la misma época en Suiza, protagonizada inicialmente por Zwinglio y Calvino, y que luego se extendió a Francia y Holanda, Escocia y Estados Unidos con el nombre de presbiterianos;

– una tercera forma, la anglicana, desencadenada, también el el s. XVI, por Enrique VIII al autoproclamarse cabeza de la Iglesia en Inglaterra;

– y una cuarta reforma, que abarca diversos movimientos espirituales y comunitarios surgidos en el seno del protestantismo a partir del siglo XVII. Comprende a los Congregacionalistas, los Baptistas, los Cuáqueros, los Metodistas, los Adventistas, los Veterocatólicos, los Evangélicos y los Pentecostales.

Fundamentos del ecumenismo

2. El concilio Vaticano II sentó las bases teológicas para la tarea ecuménica a nivel universal, es decir la promoción de la unidad de los cristianos en toda la Iglesia. Se puede decir que son las siguientes:

a) El bautismo, don que hemos recibido todos los cristianos, y los “elementos de verdad y bien” que poseen las Iglesias y comu­nidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica (por ejemplo, el amor la liturgia, la veneración y el estudio de la Sagrada Escritura, etc.).

b) La integración de esta tarea (la promoción de la unidad de los cris­tianos) en la grande y única “Misión” de la Iglesia (llevar la humanidad a Dios) porque Cristo así lo quiso expresa­mente.

Cristo afirmó que, en el cumplimiento de esa Misión, era condición necesaria la unidad de los cristianos, y por eso rezó por ella en su “oración sacerdotal”, justo antes de su pasión: “Que todos sean uno; como Tú, Padre en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17, 21).

c) La convicción de que la unidad de los cristianos es don del Espíritu Santo antes que tarea nuestra. Tiene un modelo profundo y supremo en la unidad de la Trinidad. Y tiene una finalidad durante la historia: “para que el mundo crea”; es decir, la finalidad de la misión.

d) Todos los cristianos somos responsables de extender el Evange­lio, cada uno según sus circunstancias. Por tanto, todos tenemos, especialmente los católicos, responsabilidad por la unidad de los cristianos y por eso debemos participar en la tarea ecuménica, que es una parte importante de la evangelización.

Al escribir sobre esa oración de Jesús, señalaba Juan Pablo II:

“La invocación que sean uno es, a la vez, imperativo que nos obliga, fuerza que nos sostiene y saludable reproche por nuestra des­idia y estrechez de corazón. La confianza de poder alcanzar, incluso en la historia, la comunión plena y visible de todos los cristianos se apoya en la plegaria de Jesús, no en nuestras capacidades” (Carta Novo millennio ineunte, 2001, n. 48).

Imperativo, fuerza y reproche son esas palabras del Señor. Y ya con anterioridad, el santo Papa Wojtyla había señalado que “la Iglesia debe respirar con sus pulmones”, el occidental y el oriental (encíclica Ut unum sint, 25-V-1995).

Hoy es claro que el testimonio fundamental que hemos de dar los cristianos para llevar adelante nuestra misión evangelizadora es, ante todo el de nuestra unidad. Por eso esta unidad es urgente y afecta a todos los cristia­nos (*). 



El presente vadecum ecuménico


3. Este vademécum ecuménico se sitúa, por tanto, en relación con la encíclica Ut unum sint, de Juan Pablo II (1993). En ella confirmaba el compromiso ecuménico que la Iglesia católica ha adquirido en el Vaticano II de modo irreversible. Con motivo de los 25 años de esa encíclica, el Papa Francisco había anunciado ya este “vademecum para obispos” en una carta al Pontificio consejo para la unidad de los cristianos, el 24 de junio de este año.

En esa carta se alegraba el Papa del camino recorrido en estos 25 años de esfuerzo por fomentar la unidad de los cristianos, por lo que daba gracias a Dios. Así, señalaba: “Se han dado muchos pasos en estas décadas para sanar heridas seculares y milenarias; ha crecido el conocimiento y la estima mutua, favoreciendo la superación de prejuicios arraigados; se ha desarrollado el diálogo teológico y el de la caridad, así como diversas formas de colaboración en el diálogo de la vida, en el ámbito de la pastoral y cultural”.

Y a la vez escribía: “Yo también comparto la sana impaciencia de aquellos que a veces piensan que podríamos y deberíamos esforzarnos más”.

Para todo ello nos puede ayudar el siguiente planteamiento. Se trata ahora de impulsar la misma tarea ecuménica que ya se veía imprescindible a nivel universal, en el conjunto de la Iglesia, ahora “en y desde” las Iglesias locales y particulares. Podríamos decir: impulsar el “aquí y ahora” del ecumenismo, donde nosotros en concreto, cada uno según su condición, podemos y debemos participar. Esto implica la propia cultura: el arte, las costumbres y tradiciones, la historia, el modo de ser y de pensar, de sentir y de actuar de nuestras gentes, y las características de nuestra tierra. Y también la forma de expresar la fe, celebrarla y vivirla. Dicho brevemente, la situación concreta en la que puede darse cierta diversidad de cristianos, la situación propia de cada pueblo, país, región, diócesis, incluso de cualquier pequeño grupo eclesial o familia cristiana, dentro de ese “misterio de la Iglesia en un lugar”, que es la Iglesia particular, siempre abierta a los afanes y necesidades de todas las demás Iglesias en la comunión de la Iglesia universal.

En este vademécum se recuerda el deber y la obligación por parte de los obispos, de promover la unidad de los cristianos desde su propia Iglesia y también entre todos los bautizados (pues el obispo, por pertenecer al colegio episcopal, participa también en la “solicitud por todas las Iglesias”).

El documento quiere ser, decía Francisco, “estímulo y guía” para el ejercicio de las responsabilidades ecuménicas de los obispos. Pues, si bien la unidad de los cristianos no es principalmente el resultado de nuestra acción, sino que es don del Espíritu Santo, también es cierto que la unidad “no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la construye el Espíritu Santo en el camino”. Es decir, contando con nosotros, con nuestra oración y nuestro trabajo.

Y nos daba el Papa una indicación para “recibir” adecuadamente este documento: “invoquemos al Espíritu (Santo) con confianza, para que guíe nuestros pasos y cada uno escuche con renovado vigor la llamada a trabajar por la causa ecuménica; que Él inspire nuevos gestos proféticos y fortalezca la caridad fraterna entre todos los discípulos de Cristo.

Pasemos ya a describir los contenidos del vademécum (una introducción y dos partes). 

 

Desde dentro de las Iglesias particulares

En la introducción se subrayan los siguientes aspectos: la búsqueda de la unidad es esencial a la naturaleza de la Iglesia; la fe en que los demás cristianos tienen con los fieles católicos una comunión real, aunque incompleta; la convicción de que la unidad de los cristianos es vocación de toda la Iglesia (atañe también a las Iglesias locales o particulares, que son principalmente las diócesis y, por tanto, a los obispos como principios visibles de unidad; el servicio que desea prestar este vademécum como guía para el obispo en su función de discernimiento.

La primera parte muestra la promoción del ecumenismo "dentro" de la Iglesia católica, en su propia vida y estructuras, como un desafío ante todo para los católicos. Los obispos deben promover el diálogo con los otros cristianos, orientando y dirigiendo las iniciativas ecuménicas que tienen lugar dentro de las comunidades católicas. Para ello deben organizar las estructuras ecuménicas locales y cuidar de la formación ecuménica de todos los fieles (laicos, seminaristas y clérigos), así como de los medios de comunicación en relación con este tema. 

 

Modalidades de la tarea ecuménica

La segunda parte profundiza en las relaciones de la Iglesia catolica con los otros cristianos. Concretamente explica las diversas modalidades de la tarea ecuménica en este compromiso con otras comunidades cristianas. Hay que tener en cuenta que en la práctica gran parte de la actividad ecuménica implicará varias de estas modalidades simultáneamente (**).

1) El “ecumenismo espiritual” (basado en la oración, la conversión y la santidad por parte de todos).

2) El “diálogo de la caridad”, basado en la fraternidad humana y ante todo en el bautismo. Aquí se enmarca la “cultura del encuentro” promovida por Francisco.

3) El “diálogo de la verdad” (sobre todo a nivel teológico, pero también a nivel personal) como intercambio de los dones que todos pueden aportar, para conducir al restablecimiento de la unidad de la fe. Es un diálogo que no pretende un mínimo común denominador, sino que “deberá realizarse con la aceptación de toda la verdad” (enc. Ut unum sint, 36).

4) El “diálogo de la vida”, en el ámbito de la misión evangelizadora y pastoral, en el servicio al mundo y a través de la cultura, con paciencia y perseverancia.

Como ya se ve, y se ha subrayado estos días, el ecumenismo tiene mucho que ver con el diálogo. Por eso los obispos han de ser personas de diálogo, han de promoverlo como método de evangelización, y fomentar la existencia de espacios de diálogo a todos los niveles. Ciertamente, el diálogo ha sido considerado como un icono del ecumenismo. El diálogo no sustituye al anuncio de la fe, sino que es un modo y un camino que Jesús mismo recorrió, para llevarnos a la verdad y la vida plenas.

El presente vademécum ofrece orientaciones y “recomendaciones prácticas” para el ejercicio del ecumenismo en las Iglesias locales y particulares. Por eso es lógico que los obispos puedan contar con la buena disposición y las iniciativas de los fieles católicos (laicos, ministros ordenados, miembros de la vida consagrada, seminaristas, etc.) para esta tarea. Algunos de ellos podrán ayudar de modo más intenso por su mejor formacion en este ámbito. Pero es tarea de todos. Y la publicación de este vademecum es buena ocasión para reavivar la fe y la oración, el compromiso y esa responsabilidad de todos.

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(*) Entre otros textos fundamentales para orientarse en materias de ecumenismo, hay que destacar: el decreto Unitatis Redintegratio (1964), del concilio Vaticano II; el Código de los canones de las Iglesias orientales (1990); el Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo (1993); la encíclica de Juan Pablo II, Ut unum sint (1995); La dimensión ecuménica en la formación de quienes trabajan en el ministerio pastoral (1997). 

(**) Para más detalles sobre estas modalidades ver el artículo publicado posteriormente a este en "Palabra", el 10-XII-2020: http://www.revistapalabra.es/responsabilidad-por-la-unidad-de-los-cristianos/

 









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