El 13 de junio Francisco publicó su mensaje para la VI Jornada mundial de los pobres, que se celebrará el mismo día del próximo noviembre. El lema resume la enseñanza y la propuesta: “Jesucristo se hizo pobre por vosotros (cfr. 2Co 8,9)”. Se trata de una sana provocación, dice el Papa, “para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del momento presente”.
También en el actual contexto de conflictos, enfermedad y guerras,
Francisco evoca el ejemplo de San Pablo, que organizó colectas, por
ejemplo, en Corinto, para atender a los pobres de Jerusalén. Se refiere
concretamente a las colectas de la misa del domingo. “Por indicación de
Pablo, cada primer día de la semana recogían lo que habían logrado
ahorrar y todos eran muy generosos”. También nosotros debemos serlo por
el mismo motivo, como signo del amor que hemos recibido de Jesucristo.
Es un signo que los cristianos siempre han realizado con alegría y
sentido de responsabilidad, para que a ninguna hermana o hermano le
falte lo necesario”, como atestigua ya san Justino (cf. Primera Apología, LXVII, 1-6).
Solidaridad y acogida
Así el Papa nos exhorta a no cansarnos de vivir la solidaridad y la acogida:
“Como miembros de la sociedad civil, mantengamos viva la llamada a los
valores de libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad. Y como
cristianos encontremos siempre en la caridad, en la fe y en la esperanza
el fundamento de nuestro ser y nuestro actuar”. Ante los pobres, es
necesario renunciar a la retórica, a la indiferencia, al mal uso de los
bienes materiales. No se trata de un mero asistencialismo. Tampoco del
activismo: “No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera
y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que
tiende la mano para que yo me despierte del letargo en el que he caído".
Por eso, añade con palabras exigentes de su exhortación programática Evangelii gaudium:
“Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus
opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es
una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o
profesionales, e incluso eclesiales. […] Nadie puede sentirse exceptuado
de la preocupación por los pobres y por la justicia social” (n. 201).
Dos tipos de pobreza Y concluye el obispo de Roma señalando dos tipos bien distintos de pobreza: “Hay
una pobreza –la carestía y la miseria– que humilla y mata, y hay otra
pobreza, la suya –la de Cristo–, que nos libera y nos hace felices.
La primera, afirma, es hija de la injusticia, la explotación, la
violencia y la injusta distribución de los recursos. “Es una pobreza
desesperada, sin futuro, porque la impone la cultura del descarte que no
ofrece perspectivas ni salidas”.
Esta pobreza que con
frecuencia es extrema, también afecta a “la dimensión espiritual que,
aunque a menudo sea descuidada, no por esto no existe o no cuenta”.
Se trata, en efecto, de un fenómeno por desgracia frecuente en la
dinámica actual del beneficio sin el contrapeso –que debería ser lo
primero y que no se opone al justo beneficio– del servicio a las
personas.
Y esa dinámica es implacable, tal como describe
Francisco: “Cuando la única ley es la del cálculo de las ganancias al
final del día, entonces ya no hay freno para pasar a la lógica de la
explotación de las personas: los demás son sólo medios. No existen más
salarios justos, horas de trabajo justas, y se crean nuevas formas de
esclavitud, sufridas por personas que no tienen otra alternativa y deben
aceptar esta venenosa injusticia con tal de obtener lo mínimo para su
sustento”.
En cuanto a la pobreza que libera (la virtud del desprendimiento o de la pobreza voluntaria), es fruto de la actitud de desprendimiento
que debe cultivar todo cristiano: “La pobreza que libera, en cambio, es
la que se nos presenta como una elección responsable para aligerar el
lastre y centrarnos en lo esencial”.
Observa el Papa que
hoy muchos buscan atender a los más pequeños, débiles y pobres, porque
lo ven como una necesidad propia. Lejos de criticar esta actitud, la
valora a la vez que aprecia este papel educativo de los pobres hacia
nosotros:
“El encuentro con los pobres permite poner fin a
tantas angustias y miedos inconsistentes, para llegar a lo que
realmente importa en la vida y que nadie nos puede robar: el amor
verdadero y gratuito. Los pobres, en realidad, antes que ser objeto de
nuestra limosna, son sujetos que nos ayudan a liberarnos de las ataduras de la inquietud y la superficialidad”.
(Nota: Este texto fue publicado, en el marco de un artículo más amplio, en el número de julio de 2002 de la revista "Omnes")