En
un momento largamente esperado, que incluyó la canonización de dos de los
videntes de Fátima, los hermanitos Francisco y Jacinta Marto, el papa Francisco
estuvo en el santuario mariano los días 12 y 13 de mayo. Las expectativas eran
grandes ante la celebración del primer centenario de un acontecimiento de
origen celestial y en razón de la ocasión propicia para cumplir dos peticiones
de la Virgen María, aún pendientes por atender.
La primera consiste en promover la Devoción
en desagravio a las ofensas de las que es objeto la Madre de Dios, devoción que
ella misma le reveló a sor Lucía durante una aparición la noche del 10 de diciembre de 1925 en su celda
del convento de Pontevedra, España: “Mira, hija mía, a mi Corazón rodeado de espinas que
los hombres ingratos a cada momento me clavan con blasfemias e ingratitudes. Tú
al menos, consuélame, y dí que a todos aquellos que durante cinco meses
consecutivos, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión,
recen el Rosario y me acompañen quince minutos meditando sus misterios con el
fin de desagraviarme, yo prometo asistirles a la hora de la muerte con todas la
gracias necesarias para su salvación”. Al año siguiente, la vidente salió
del convento de Pontevedra para ingresar al noviciado de las monjas Doroteas en
la ciudad de Tuy, España.
La segunda es
la Consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, confiado a sor Lucía el 13 de
junio de 1929 durante una aparición en el convento de Tuy, con estas palabras: “Ha
llegado el momento en que Dios pide al Santo Padre que haga, en unión con todos
los obispos del mundo, la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón;
prometiendo salvarla por este medio. Son tantas las almas que la justicia de
Dios condena por pecados cometidos contra mí, que vengo a pedir reparación”.
A la pregunta del confesor de sor Lucía, el padre Gonçalves, acerca de porqué habrían
de ser cinco los sábados dedicados a la devoción reparadora, ella pidió al
Señor que le inspirara una respuesta, y así, el 29 de mayo de 1930, le reveló:
“Hija mía,
el motivo es sencillo. Cinco son las clases de ofensas y blasfemias proferidas
contra el Inmaculado Corazón de María: Las blasfemias contra su Inmaculada Concepción; contra su Virginidad
Perpetua; contra su Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo
reconocerla como la Madre de los hombres; las blasfemias de aquellos que públicamente buscan sembrar en el
corazón de los niños la indiferencia, el desprecio y hasta el odio para con
esta Inmaculada Madre; y los
ultrajes dirigidos a ella en sus sagradas imágenes”. Tras enumerar
las cinco blasfemias que ofenden gravemente a su santa Madre, Jesús le hizo ver
la enorme misericordia mariana por todos los pecadores, inclusive por quienes
la desprecian: “He aquí, hija mía, por
qué el Inmaculado Corazón de María movió mi misericordia a pedir esta pequeña
reparación y, en atención a ella, a
conceder el perdón a las almas que tuvieran la desgracia de ofender a mi Madre”.
La revelación concluyó con estas palabras de la Virgen: “Son tantas las almas que la justicia de Dios condena por pecados
cometidos contra mí que vengo a pedir reparación”.
Las
apariciones de 1925 y 1929 a sor Lucía, en Pontevedra y en Tuy, son reconocidas por la Iglesia como instrucciones de
la Devoción reparadora y de la Consagración de Rusia; no obstante, durante las
celebraciones del centenario de las apariciones en Fátima no se dijo nada al
respecto, y eso que el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa
Sede, en una entrevista concedida en las vísperas del viaje, expresó que “se ha especulado mucho, y quizá se sigue
haciéndolo, sobre los secretos de Fátima, pero son especulaciones inútiles
porque lo que Fátima quería decirnos nos lo ha dicho”.
En
el vuelo de regreso a Roma, el papa Francisco volvió a mencionar que en el
mundo se vive una tercera guerra mundial, en partes, y él sabe bien, a partir
de lo dicho por la Virgen María, que la paz en el mundo depende de que se promueva la Devoción reparadora de
los cinco sábados, y de que él consagre Rusia, tal y como sor Lucía escribió con
claridad el 19 de marzo de 1939 en su convento de Tuy: “De la práctica de esta
devoción, unida a la consagración al Corazón Inmaculado de María, depende la
guerra o la paz del mundo. Por eso yo deseo tanto su propagación, y, sobre
todo, por ser esa la voluntad de Dios y de nuestra tan querida Madre del Cielo”.