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«La voluntad de Dios para Madrid está clara»

Fri, 05 Sep 2014 10:01:00
 

El lunes 2 de septiembre, poco después de encontrarse con quien le sucederá en Madrid, el cardenal Rouco habla del nuevo tiempo que se abre para la diócesis y para España, y pide a los madrileños que acojan al nuevo obispo «con espíritu de fe, como hay que acogerlo», porque «viene en nombre del Señor», cuya voluntad se ha expresado de forma clara mediante el nombramiento del Papa

- «Con mucha gratitud y gran paz interior», ha contado usted que ha acogido la aceptación de su renuncia, tras casi 38 años de obispo, los 20 últimos de ministerio en Madrid. ¿Cómo está viviendo estos días?

- Los estoy viviendo atendiendo a las obligaciones pastorales y al trabajo que todavía debo asumir en estas semanas que aún quedan hasta la toma de posesión del nuevo arzobispo, y por supuesto, estando a su lado, para darle información y alguna otra cosa, y también con la oración. ¡Y rezando mucho por la diócesis de Madrid, para que acoja a su obispo con el espíritu de fe con que hay que acogerlo! Es el que viene en el nombre del Señor. El Papa es el que sirve de expresión de la voluntad de Dios, y por tanto la voluntad del Señor con respecto a Madrid está clara.

- Hoy se ha visto usted con monseñor Carlos Osoro. ¿De qué temas han hablado?

- Le he informado de la situación de la diócesis de Madrid, de los sacerdotes, de los seminaristas, de la Universidad San Dámaso, de los religiosos, de los seglares, de la vida asociativa, de las instituciones, de ese clima de comunión tan profundamente impreso en el alma de la diócesis, y que queríamos vivirlo en este curso que ahora empieza a la luz de la Carta pastoral que yo escribí a finales del curso pasado… Y le he hablado de ese clima, de lo bien que le va a acoger la diócesis, los obispos auxiliares, los Vicarios, los delegados, los sacerdotes… Va a encontrar en Madrid una comunión diocesana viva y con un espíritu claro de evangelización y de misión. ¡Así que le he dicho que ánimo, que no tema nada!

- Usted le conoce desde hace muchos años…

- ¡Ya lo creo, desde que él era seminarista!

- ¿Cómo se lo presentaría usted a los madrileños?

- Es un obispo con una historia personal muy marcada por el encuentro con el Señor, ya con una edad de una juventud madura que le ha llevado a preferirle a Él a otros caminos de la vida, profesionales, etc., y que siempre ha realizado su vida sacerdotal y su vida ministerial como obispo en las diócesis donde ha estado con un espíritu apostólico muy activo, muy entregado y muy cercano.

- La noticia del relevo en Madrid se ha conocido en pleno mes de agosto y tras días de intensa rumorología, con informaciones periodísticas que a menudo insistían en contraponer su figura con la de monseñor Osoro. No son éstas las formas que seguramente hubieran deseado los fieles de Madrid…

- El deber de discreción y de tacto con respecto a las noticias es algo que debería expresarse como un criterio de comportamiento normal en la Iglesia. Pero estamos en unos tiempos en que uno no sabe por dónde se filtran noticias, rumores de unas formas que no son precisamente las más aptas y más provechosas para el bien de la Iglesia.

- ¿Va usted a dejar que haya algún tipo de despedida especial, en unas fechas que coinciden además con el 20 aniversario de su llegada a Madrid?

- Esas cosas nunca me han resultado demasiado agradables y nunca he tomado yo la iniciativa en este tipo de conmemoraciones. No quiero hacer ninguna exhibición de humildad. Quizá es algo que tenga más que ver con mi forma de ser y con mi temperamento, pero bueno, ya se verá según las iniciativas que puedan surgir de otras personas, de los fieles… Tendremos también la Misa de inicio de curso en San Dámaso. Yo tendré que ir a Roma a alguna reunión, y quiero también asistir a la beatificación de Pablo VI, el Papa que me nombró obispo, y no sólo por eso, sino por muchísimas razones. E iremos viendo… Mientras tanto, voy a seguir con el programa que tenía previsto para los meses de septiembre y octubre, que incluía la Misa con la Curia, los encuentros con sacerdotes por Vicarías, las Semanas Sociales Europeas, la beatificación en Madrid de don Álvaro de Portillo… Creo que cumpliendo ese programa ya me despido.

- Hablaba usted recientemente de un relevo generacional en el episcopado español, con una segunda e incluso tercera generación de obispos del posconcilio. ¿Cómo describiría este momento de la Iglesia y la sociedad en España y los retos a los que se enfrentan los católicos hoy?

- El reto fundamental es el de que la fe vivida por la gran mayoría por los españoles a lo largo de toda la Historia siga siendo el alma de la vida de muchos, yo desearía de la sociedad entera; que siga siendo luz para la cultura; luz, camino y báculo para atender a los problemas más dolorosos producidos por la crisis económica, la crisis del matrimonio y de la familia, la crisis de las personas mismas… Estoy leyendo en estos días un libro muy interesante de Hans Urs von Balthasar, La cuestión de Dios en el hombre actual. Hans Urs hace un diagnóstico del alma del hombre, sobre todo en las sociedades europeas, en las que se percibe esa necesidad de Dios más o menos confesada en el corazón de los hombres de nuestro tiempo, yo diría que sobre todo en los jóvenes (ésa es mi experiencia tras la peregrinación este verano con jóvenes a Santiago). Por tanto, a esta nueva generación de obispos españoles les toca no olvidar esa cuestión fundamental, que tiene que ser el centro de toda la actividad pastoral de la Iglesia.

- En su ministerio hay dos ejes claros: comunión y misión. Por empezar por lo primero: cuando llegó usted a Madrid, no era una diócesis fácil en la que pudiera darse por descontada esa comunión. ¿Qué ha pasado en estos años para que se revierta la situación?

¡- Llegué a la diócesis de Madrid con temore e temblore, y si pudiera haber hecho algo por no venir, lo hubiera hecho! Pero en la diócesis de Madrid entonces había muchos elementos en el presbisterio y en la vida parroquial muy ricos en contenidos teológicos, espirituales, humanos… Se trataba de que el obispo fuese instrumento de la comunión en la verdad, con su vida, mediante la celebración de los sacramentos, con paciencia, con cercanía personal, con una presencia física constante, y sobre todo muy activa en aquellos oficios, misiones y ministerios relacionados directamente con el ámbito diocesano: el Seminario, San Dámaso, los Vicarios, los delegados, las grandes instituciones de la diócesis, Cáritas…

Desde ahí había que crear comunión, teniendo conciencia de que los carismas extraordinarios son también para la Iglesia diocesana, no son para una Iglesia universal abstracta. Me refiero tanto a los nuevos carismas como a los históricos, los de la vida consagrada, que me ha ayudado mucho durante toda mi vida personal y como obispo, en primer lugar con la oración (tengo un gran apoyo espiritual desde las comunidades de vida contemplativa). Naturalmente, también tenía que vivirse esa apertura a los carismas de las nuevas realidades eclesiales, que trascienden los caminos históricos del apostolado y de la espiritualidad de los seglares, y que abrían nuevos caminos de vida de santidad para los fieles. Tenemos un gran riqueza carismática en la Iglesia en Madrid. Yo creo que eso es un don que tenemos que recibir del Señor, porque para eso nos los envía, para que la Iglesia pueda responder de forma más acertada y actual a los problemas del hombre de nuestro tiempo. Los carismas son como la presencia activa del Señor a través de su Espíritu en la historia de la Iglesia, abriéndole presente y abriéndole futuro.

- En cuanto a la misión, vemos que la secularización no disminuye, sino que el reto sigue siendo enorme…

- Pero también hay un crecimiento interior y exterior de la Iglesia. La red diocesana de comunidades parroquiales, en unión a su vez con la Iglesia universal y en comunión con el Santo Padre, ha ido creciendo. Con todo, el reto es muy grande. Además, las consecuencias de algunos aspectos de la crisis de la vida de fe y de las crisis de vida y vocación cristiana de hace 20, 30 o incluso 40 años las estamos experimentando ahora. Pero la acogida en comunión de la gracia del Señor creo que permitirá al nuevo arzobispo de Madrid llevar a la diócesis por caminos de respuesta a ese crecimiento del fenómeno de la secularización. También la demografía de Madrid ha cambiado mucho en estas dos décadas. Somos una comunidad humanamente muy plural, hay más de un millón y medio de inmigrantes que han llegado en pocos años a Madrid, todo un reto. Por otra parte, la sociedad en Madrid es dinámica, desde el punto de vista matrimonial y familiar. Hay niños. Faltan desgraciadamente muchos niños y jóvenes, como el resto de España y de Europa, pero quizá en Madrid hay también, en algunos sectores de la sociedad, una vida familiar y matrimonial cristianamente vivida con frutos abundantes de vida en niños y jóvenes que dan mucho consuelo al pastor, al obispo, al sacerdote que los trata y los cuida, y que son fundamento de la esperanza para el presente y el futuro de Madrid.

- Me estoy adelantado algunas semanas, pero ¿cuáles serán los mejores recuerdos con que se quedará de sus 20 años en Madrid? Tiene muchos entre los que escoger…

- Son muchísimos, toda la historia de la Almudena, del progreso del amor a la Virgen en Madrid, de esa gran devoción popular que se ha ido formando masivamente en torno a ella…, eso me ha dado muchos motivos de alegría. También el trabajo con los jóvenes, la Misión Universitaria, la Misión Joven, la presencia de la cruz de la Jornada Mundial en las calles y plazas de Madrid, los días de la JMJ… han sido de mucho gozo para el arzobispo de Madrid. Tenemos, además, esos momentos más emotivos de la visita de Juan Pablo II en mayo de 2003, momentos inolvidables en los que el Papa abrió su corazón a España y a Madrid de una forma inédita y conmovedora. Y luego la JMJ, naturalmente. Benedicto XVI habló de una cascada de luz, de un momento de nueva evangelización en la Iglesia, tal como hay que hacerla. En las visitas que le he hecho en estos años después de su renuncia, siempre vuelve sobre la JMJ de 2011. No hace mucho tiempo, el 31 de enero pasado, cuando me invitó a cenar en su casa, me repetía que había sido un momento de experiencia como de cielo.







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