Nada es igual. Ni las procesiones de Semana Santa con sus maravillosas imágenes que te emocionan a su paso por las calles, ni ningún otro acto que muestren la grandeza de Dios y la devoción de la gente, puede compararse con la procesión del Corpus Christi, porque en ella es el mismo Dios quién va recorriendo las calles de la ciudad, el mismo Dios escondido bajo las formas de pan, alimento de nuestra alma que sale a la calle para recordarnos que siempre nos está esperando en el Sagrario, para que le hagamos una pequeña visita.
A veces, muchas veces todo esto se nos olvida y por eso el día de su Cuerpo sale a la calle a vernos, a bendecirnos y a recordarnos que es nuestro Salvador por eso no deberíamos faltar a la cita. Dios en la calle, no hay nada igual. Ese día es un día alegre, un día feliz, un día en el que todos los que creemos en Él, deberíamos ir a verlo, que no se sienta sólo, a rezarle y a pedirle perdón, pero somos como somos que a veces preferimos un paseo más largo, una hora más de playa que acercarnos a la procesión. ¡Qué pena! Porque, con un poco de esfuerzo se puede sacar tiempo para todo y más cuando en ese todo, está Dios en la calle.
De todas formas ese mismo Dios, está siempre en el Sagrario esperando día tras día, hora tras hora que vayamos a verlo, pero no en general, piensa en ti y en mi, yo me imagino al Señor cuando nos estamos acercando a una Iglesia que se llena de ilusión pensando que vamos a entrar a verlo, sin embargo pasamos de largo sin ni siquiera un recuerdo para Él. Me viene a la memoria la frase de un sacerdote muy santo, que decía: “cuando paséis delante de una Iglesia, al menos decirle una jaculatoria”.