José Martí
"Roger
Federer se merecía este título más que yo".
Con estas palabras,
el tenista español, Rafa Nadal, reconoció la superioridad de su oponente en la
final del Open de Australia, Roger Federer, y añadió:
"Lo
primero, tengo que felicitar a Roger y a todo su equipo. Después de tanto
tiempo fuera de las pistas, ha sido asombroso el nivel que ha alcanzado. El
trabajo que has hecho para estar en forma te ha dado frutos".
Si algo caracteriza a
este tenista español, considerado como uno de los mejores jugadores de la
historia a nivel mundial, es su nobleza profesional y humana: la sencillez ante
el triunfo, y el valor ante el fracaso.
El sabe bien que el
trabajo es el protagonista de su vida, y que el sacrificio de hoy, es el éxito
del mañana.
Rafael Nadal, no
brilla por el reflejo de ningún astro cercano; resplandece con la luz, no de la
suerte, sino de la voluntad; no del azar, sino de la disciplina como hábito de
comportamiento. El lugar que hoy ocupa en el Olimpo de los elegidos, es el
fruto de su sacrificio. Es el laurel que finalmente corona a los que
perseveran.
Analizando el mundo
que nos rodea, el gran tenista español, es la figura que proyecta una serie de
valores, que la sociedad hace tiempo que los viene relativizando.
Todos intuimos que
el discurrir de nuestra existencia, no transita por el mejor de los caminos.
Pero las influencias a las que constantemente nos vemos sometidos, constituyen
una niebla tan espesa, que nos impide divisar el horizonte. Ideologías
fracasadas envueltas en el papel de la apariencia; modas que de la noche a la
mañana mudan nuestros hábitos de vida; publicidad que nos crea necesidades
innecesarias.
Hablamos de valores,
pero si nos preguntaran ¿Qué son?, probablemente no podríamos definirlos.
¿Cuáles son?, apenas si seríamos capaces de citar unos pocos que nos inculcaron
nuestros padres, en el colegio, o aquellos que nos ha enseñado eso a lo que
llamamos experiencia y que no es otra cosa que el inventario de nuestras
decepciones y fracasos.
¿Qué son los
valores? ¿Acaso son metas que nos fijamos? ¿Ideales que podríamos alcanzar? ¿Metas
subjetivas, que dependen de la valoración que cada uno de nosotros les demos,
de acuerdo a nuestra cultura, edad, sexo, educación o ideología, conceptos que
cambian con la historia, el momento y las circunstancias, incluso hasta con el
estado de ánimo de cada día, que es lo que estamos viviendo ahora? o ¿Deberían
ser los ejes intemporales, no sujetos a influencias externas, sobre los que
girase nuestra existencia, tales como el amor, la generosidad, la honradez o la
nobleza?
La vida y su
contexto es valorada de acuerdo a nuestra propia percepción. Pero ¿Estamos en
condiciones de analizar y comprobar la información que recibimos, antes de
tomar una decisión, evaluando sus consecuencias?
Hoy nos movemos en
un mundo virtual, intangible, construido a medida de nuestros deseos y en el
que todo —muchas veces, sin merecimiento alguno— lo queremos ¡Ya!
Hemos construido una
sociedad en la que la temeridad y la osadía, hijas de la ignorancia, se alzan
sobre la prudencia y la perseverancia, la terquedad sobre la comprensión, el
desprecio sobre el respeto, el derrotismo sobre el espíritu constructivo, la
mentira sobre la sinceridad, la irresponsabilidad sobre la sensatez, o el
egoísmo sobre la generosidad.
En resumen, unos por
acción y otros por omisión, hemos construido una selva en la que todo es
posible y la única regla válida es: “Sálvese el que pueda”. Una jungla en la
que prácticamente no tiene cabida el amor, el punto álgido de la expresión más
noble del ser humano. La cumbre donde se reúnen y se toman de la mano todos los
valores.
El Amor lo resume
todo, porque "Amar" es "Dar". Dar lo mejor de uno mismo,
para lograr el propio bien y el del otro.
Quizá porque este
pañuelo que es nuestro mundo lo ha ensuciado la orgía de pasiones y egoísmos
que nos mueven cada día, la nobleza, rectitud y espíritu de superación y
sacrificio que proyecta el comportamiento de Rafa Nadal, brille con la fuerza
que lo hace.