“El
nacionalismo es siempre fuente de crispación, de confrontación y de violencia,
y eso no excluye al nacionalismo que juega a la democracia al mismo tiempo que
a la exclusión. Es, sigue siendo, el gran desafío”
Mario Vargas Llosa
No es motivo de alegría que en Alemania hayan
detenido a Carles Puigdemont. Lo deseable es que no hubieran concurrido motivos
para dar el espectáculo que estamos ofreciendo al mundo. Pero lamentablemente
seguimos manteniendo viva una confrontación que dura ya tres siglos.
El expresidente Felipe González ha afirmado:
-
“Al secesionismo, hay que
"ganarlo", pero no "destruirlo".
Posiblemente tenga razón. Hay que ganar con
argumentos y con hechos. Nada aporta a encontrar soluciones, crear falsos
mártires, ni cultivar oportunistas victimismos.
Sin embargo, el secesionismo nos está
destruyendo a todos, por activa y por pasiva.
En una cosa tiene razón el expresidente
González. Y es cuando dijo:
-
"Como políticos, somos unos
inútiles".
Tras tres siglos de confrontación, ya es hora
de llegar a un compromiso y encontrar un modus vivendi. Y no se me ocurre otro
mejor qué el Estado de las Autonomías, en el que cabe nuestra diversidad en el
seno de un hogar común para todos.
Con la Constitución de 1978 se pensó que se
había encontrado la solución definitiva, con la que podía ser posible la convivencia
de los nacionalismos locales en el seno del que nos es común a todos.
Se creyó entonces que los sumos sacerdotes de
los nacionalismos tendrían una visión amplia y de futuro, y que en el mundo
global en el que estamos insertos, no caben ya las exclusividades ni las
exclusiones.
Es imperiosamente necesario que los partidos
políticos, todos, o al menos, aquellos en los que su punto de mira no esté
puesto en la desintegración del Estado, abandonen sus particulares intereses
electoralistas, en aras de un interés superior, sin el cual ellos mismos
dejarían de tener razón de ser.
España dejaría de ser sin los nacionalismos
vasco, gallego, andaluz, catalán, valenciano, canario, balear o cualquier otro
que nos saquemos de la manga. Pero es que estos se disolverían como un
azucarillo en el agua, en medio de un mundo infinitamente superior que camina
hacia la concentración de los Estados.
Nos encontramos en medio de una encrucijada en
la que está por decidir el ser o no ser de nuestra historia y nuestra existencia.
Un problema demasiado profundo para que lo puedan resolver los bajitos que
están al frente de nuestras instituciones.
Lo primero que hemos de preguntarnos es si el
Estado de las Autonomías ¿Es válido, o ha sido el sueño de una noche de verano?
¿Si ha sido la fórmula que necesitábamos para progresar y convivir en paz, o el
instrumento para desgajarlo y volver a los débiles e insignificantes reinos de
taifas?
Necesitamos conocernos y respetarnos, en vez
de ridiculizarnos los unos a los otros. Solo así podremos comprendernos y
comenzar a valorar y amar la pluralidad de la que está compuesta la realidad de
España. Hemos de llegar al pleno convencimiento de que nuestra pluralidad
histórica y cultural, nuestra diversidad geográfica, la riqueza gastronómica,
paisajística y monumental, es lo que nos hace un país fuerte y con vocación de
futuro. Porque España nunca la van a hacer los liliputienses que ostentan el
poder con la mirada puesta en sus orondos ombligos. España la tenemos que hacer
y defender frente a nosotros mismos, como ya lo hicimos frente a la invasión
napoleónica. Si nos inhibimos y esperamos pasivamente, nos encontraremos, y no
tardando mucho, con un país descuartizado por causa de las luchas partidistas.
Tenemos que dejar de lado nuestras ridículas y
enanas interpretaciones particularistas, propias de rancios provincianismos.
Tenemos que comenzar a querer y a querernos. Tenemos que abandonar trasnochados
complejos y estar orgullosos de todos nosotros como pueblo unido en la
pluralidad, y estar convencidos de que tan español es el espíritu catalán, como
la austeridad castellana, la reciedumbre aragonesa, la imprecisión gallega, la alegría
y luminosidad de los pueblos andaluces, el encanto y la belleza canaria, la vivacidad
valenciana, el cosmopolitismo balear, y tantas otras particularidades
diferenciadoras y complementarias que nos enriquecen y hemos de sentirlas como
propias. Hemos de aprender a amar nuestra historia, con sus luces y sus
sombras, a respetar nuestros símbolos y a sentir la emoción en lo más profundo
de nuestro corazón cuando escuchamos la belleza del himno a Valencia, como
cuando contemplamos los evocadores giros y sones de los Eusko gudariak, la
canción tradicional de los antiguos guerreros vascos.
Las palabras tan rimbombantes como vacías de
contenido de los bajitos, nunca servirán de nada. Es la realidad diaria de
nuestros hechos la que ha de derribar los pastiches de nuestras prejuiciadas
etiquetas, y convencernos de que todos jugamos un papel importante en el
proyecto común que es España, porque siendo grande Espala, lo serán todos y
cada uno de sus pueblos y regiones.
Seamos como los mosqueteros de Dumas: Todos
para una y una para todos. Y si es así, utilicemos la riqueza de nuestras
lenguas para enriquecernos y no para separarnos. Si el español es la lengua
común de todos los españoles, creo que todos nos sentiríamos más unidos por la
lengua, si además de aprender el inglés, el francés o el alemán, como idioma
extranjero, aprendiésemos también como lengua propia, que lo es, el catalán,
vasco, gallego o valenciano. Al fin y al cabo, nunca sabemos dónde podemos
recalar en nuestra travesía, y al menos, sería un bello gesto poder dirigirnos
a nuestros hermanos de otra comunidad en su lengua materna.
Sin duda, gestos como el que acabo de señalar,
servirían para derribar los muros que hemos levantado durante siglos y derribar
los anacrónicos prejuicios que mantenemos, en buena parte, propiciados por los liliputienses
que nos han venido desgobernando.
De una vez por todas, hemos remar al unísono
si queremos convivir en paz y arribar al puerto del progreso y el futuro, y no
desangrarnos en ridículas y suicidas luchas intestinas en las que todos seremos
perdedores.
Si no lo conseguimos, solo será por falta de
voluntad y falta de confianza en nosotros mismos. Solo desprendiéndonos de
nuestros raquíticos egoísmos podremos abordar nuestra entera realidad y cerrar
para siempre el problema de una España inacabada.