Toda persona que haya nacido en una familia cristiana tiene claro que su felicidad consiste en estar a buenas con Dios, en no separarse nunca de Él por culpa del pecado, en tratar de averiguar cuál es su voluntad y aceptarla y seguirla con alegría
Y cuando esa persona empieza a salir con otra, es consciente de que ese estar a buenas con Dios consiste en vivir un noviazgo limpio, en saber esperar y aprovechar esa etapa maravillosa de la vida para conocerse y averiguar si es su voluntad que acaben pasando por el altar. Por eso cuidarán la virtud de la castidad, no se irán a vivir juntos para probar qué tal ni realizarán un viaje de novios anticipado.
Y cuando lo tengan claro, cuando lo que más deseen es vivir el uno para el otro, irán a hablar con su párroco para sugerirle la fecha de la boda y averiguar cuándo podrán hacer los cursillos prematrimoniales. El anuncio a la familia será día de gran fiesta y la ilusión brotará en el corazón de todos sus miembros. A ninguno de ellos se le ocurrirá preguntar a los novios si se casan por la iglesia o por lo civil, pues para dos personas creyentes uno solo es el matrimonio posible, el sacramental.
Como no somos ángeles y como la vida puede dar muchas vueltas, pudiera ser que las cosas se torcieran y que el divorcio pusiera fin a su convivencia, que no a su matrimonio si éste fue válido.
Toda persona de fe lo tiene claro, aunque se haya divorciado. Un divorcio no anula la moral que toda persona en cualquier estado ha de vivir. Y por eso una persona divorciada sabe que su felicidad radica en estar a buenas con Dios, en no separarse nunca de Él. Y por eso, al igual que ya hiciera cuando novio, sabe que ha de vivir de forma casta, sin tomarse anticipos... y que uno solo es el matrimonio posible.
Somos libres y podemos usar mal nuestra libertad. Pero esto no es excusa para engañarnos, pues si queremos cumplir la voluntad de Dios con sinceridad y honestidad, si queremos vivir en gracia y recibir los sacramentos, sabemos muy bien qué camino hemos de seguir. Si elegimos otro, no tendremos derecho ninguno de quejarnos por no encontrar ahí la felicidad. Llegó el momento de ser serios, de ser coherentes, de no pretender que den validez a mi nueva moral, la que me conviene en cada momento. ¿No creen?
