La otra crisis: Finalidad escolar fallida

El índice de natalidad de España es uno de los más bajos del mundo y no asegura el relevo generacional. Es por eso que los centros educativos han de esforzarse por conseguir un alumnado que es un bien cada vez más escaso y asegurar así su futuro.

Y uno, que es maestro desde hace más de veinte años, se pregunta si la mera supervivencia de un colegio es un fin loable. Si el simple interés por mantener unos puestos de trabajo justifica una campaña de promoción, un concierto económico o una inversión pública. ¿No habrá que ofrecer a las familias un proyecto educativo que valga la pena y a los maestros que allí trabajan algo más que una nómina mensual?
Algunos directivos escolares creen que su misión principal es conseguir la continuidad del colegio, asegurar la matrícula un año tras otro y exigir a sus docentes el cumplimiento de su horario laboral y la confección de la programación anual. Si así fuere, es seguro que en ese centro escolar la implicación brillará por su ausencia y los periodos de vacaciones serán el anhelo y único motor de más de uno.

El director de un colegio tendría que velar por el bien de todas las personas que con él se relacionan: padres, profesores y alumnos. Y tener una única prioridad: conseguir que todas esas personas den lo mejor de sí y sean cada día un poco mejores. Un director que rehúya el trato cotidiano con las familias, que haga grupitos de amistad entre el profesorado y no se preocupe lo más mínimo por integrar en la vida escolar a todos y cada uno de sus maestros o que trate con frialdad e indiferencia a sus alumnos, debería cambiar con urgencia de actitud o de puesto, pues está en juego la felicidad de todos y también el futuro del colegio.