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Portada:: Reflexión en libertad:: Pedro Luis Llera Vázquez:: Dirigir un colegio católico (y no morir en el intento)

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Dirigir un colegio católico (y no morir en el intento)

Thu, 02 Oct 2014 07:08:00
 

Quede claro antes de empezar que no soy yo quien para dar lecciones a nadie; que no me considero mejor que nadie. Y que muchos podrían responderme con aquello de "médico: cúrate a ti mismo". Ya se sabe que el Señor no llama a los más sabios ni a los mejores. Escoge a los más débiles, tal vez a los menos capaces; seguramente para que así quede más patente su poder y su gloria. Lo único que pretendo es invitar a la reflexión sobre la difícil tarea de dirigir un colegio católico y rendir mi humilde homenaje a cuantos entregan buena parte de su vida a ese servicio.

Dirigir un colegio resulta una tarea ardua. El director de un colegio tiene una multitud de tareas y responsabilidades que afrontar: atender a los padres que confían la educación de sus hijos al colegio; conocer, cuidar y educar a los alumnos; animar y apoyar (y, cuando sea preciso, corregir o amonestar) a los profesores y al personal no docente. Y además, atender y supervisar toda la ingente tarea burocrática que las Administraciones Públicas te obligan a cumplimentar.

El primer responsable de todo cuanto ocurre en el colegio es el director. Y el primero que tiene que dar la cara y asumir las responsabilidades es el director. Hace unos días contaban en la radio que un niño de tres años había salido del colegio sin que nadie se percatara y se había quedado solo en la calle hasta que alguien lo encontró y lo llevó de vuelta al colegio. Cuando los padres fueron a pedir explicaciones, al parecer el director tardó en dar la cara, los hizo esperar con la excusa de que estaba reunido y luego escurrió el bulto de mala manera. Ese es un ejemplo de mala praxis en la dirección de un colegio. Cuando se comete algún error o se mete la pata, el director debe asumir la responsabilidad y descargarla de su equipo. Y cuando las cosas van bien, el mérito y el reconocimiento siempre debe recaer en su equipo. Quien quiera medallas que se aliste en el ejército.

El director de un colegio tiene que marcar el norte. Tiene que tener claro cuáles son los objetivos del colegio, cuál es la misión de ese colegio, hacia dónde debe caminar ese centro educativo y cuáles son los valores que se quieren transmitir. El director y su equipo deben poner los medios necesarios y tomar la decisiones oportunas para que el colegio sea lo que tiene que ser. Y el director del colegio, como representante de la titularidad del mismo, tiene que tener claro cuál debería ser el resultado final de su tarea; es decir, qué tipo de personas quiere formar.

Esos objetivos, esa personalidad del colegio, esos fines educativos que busca alcanzar el colegio deben estar claramente recogidos en el Proyecto Educativo del centro que todos los padres deben conocer antes de matricular a sus hijos. Los padres deben saber qué tipo de educación se les va a impartir a sus hijos, qué valores se van a inculcar y cuál es el modelo de persona que el centro educativo persigue alcanzar. Así no habrá malos entendidos. Y luego el colegio tiene que cumplir lo que promete, claro está. Si prometes educación católica, no puedes ofrecer educación "new age" ni agnóstica. Todos debemos exigir y exigirnos coherencia entre lo que dices que vas a dar y lo que efectivamente das. Si de lo que hablamos es de colegios católicos, lo primero que tiene que garantizar el centro educativos es que sea efectivamente católico; es decir, fiel al Evangelio y al magisterio de la Iglesia; al Catecismo, a los obispos y al Santo Padre.

Y el primero que tiene que garantizar esa fidelidad a la Iglesia en un colegio católico es el Director. Porque – parecería obvio, aunque a la hora de la verdad no siempre lo sea tanto – el primer requisito que se debe exigir de un director de un colegio católico es que ese director sea católico. Antes, casi todos los directores eran religiosos o religiosas y eso garantizaba el cumplimiento de esta premisa. Ahora cada vez son más los directores seglares. Y eso supone una dificultad añadida. El director tiene que ser un hombre o una mujer de fe y debe vivir en consonancia con ella. Se debe exigir coherencia eucarística. No se puede ser católico de ocho de la mañana a cinco de la tarde. Se es católico las veinticuatro horas del día o no se es. Porque uno debe predicar con el ejemplo. Un profesor católico debe ser santo: debe llevar una vida ejemplar. No se puede ser profesor – menos aún director – de un colegio católico y ser adúltero, borracho, vicioso o degenerado. No puedes pretender que nadie te crea cuando hablas contra las drogas si luego te encuentran colocado por la calle o borracho. No puedes hablar de amor ni de fidelidad a tus alumnos si vives en pecado o eres adúltero. Se necesitan profesores y directivos creíbles, honrados, honestos, coherentes, sin imposturas. Y si no tienes fe o tu vida no es ejemplar, mejor te dedicas a otros menesteres y dejas la educación. O dejas el colegio católico y te vas a uno laico. En la transmisión de la fe, la labor de los capellanes, de los profesores de religión, de los directores espirituales o los encargados de la pastoral resulta fundamental. Pero la tarea evangelizadora es responsabilidad de todos en un colegio católico: también del profesor de matemáticas o del de educación física.

Es fundamental que el director de un colegio católico viva en estado de gracia, que se confiese con frecuencia, que participe siempre que sea posible en la eucaristía, que rece y que se ponga a menudo en presencia del Señor. Porque el verdadero director de un colegio católico es Cristo. Por eso, la presencia del Señor en el colegio es imprescindible. El centro de la vida de un colegio católico debe ser el Sagrario. Y el Santísimo debe estar en una capilla accesible donde cualquier profesor, padre o alumno pueda acudir a adorarlo en cualquier momento. Los profesores y los directores de los colegios católicos deben tener su corazón siempre ante el Sagrario. Porque nosotros sólo somos instrumentos en las manos de Dios. Decía San Juan Bautista de La Salle que la educación es un verdadero ministerio de la Iglesia y los maestros, embajadores de Cristo ante sus alumnos. Nada más y nada menos.

Pero nosotros no somos Dios. No tenemos solución para todos los problemas de nuestros alumnos ni de sus familias. Muchas veces los problemas nos sobrepasan. Y lo único que podemos hacer es poner esos problemas en manos de Dios y rogar e implorar por ese alumno que lo está pasando tan mal o por esa familia que se está ahogando económicamente por la crisis o el paro o que está sufriendo una separación. A los directores y a los profesores de los colegios nos gustaría muchas veces ser omnipotentes y solucionar de un plumazo tantos males que aquejan a nuestros niños o a sus padres. Pero no podemos. Nosotros solos no podemos. Y tampoco debemos caer en la desesperación. Lo que sí podemos hacer es pedir a Dios por las necesidades de los niños o de sus padres. Podemos escuchar, animar, echar una mano siempre que sea posible. Pero quien tiene la última palabra es el Señor y a Él debemos implorar día y noche para que nos ayude. El director de un colegio católico debe ser una persona que adore al Señor, que viva con el Señor. Porque si sólo dependemos de nuestras fuerzas estamos abocados a la frustración, al desánimo y a la depresión. Los profesores y los directivos de un colegio católico no somos Dios, pero debemos ser hombres y mujeres de Dios.

Y como el director no se puede multiplicar ni abarcarlo todo ni es omnipotente ni omnipresente, lo que tiene que hacer, además de rezar mucho, es rodearse de un buen equipo directivo. Y si el director, además de ser piadoso, es inteligente (son muchas premisas, ya lo sé) se rodeará de las personas más aptas para ocupar sus cargos intermedios. Siempre hay que intentar rodearse de los mejores, de los que te superan en muchos aspectos, de quienes tienen mayor capacidad de trabajo, de quienes están más comprometidos con su trabajo, de quienes se han sabido ganar el respeto de sus compañeros, de quienes tienen capacidad de liderazgo. Si quienes te rodean son mejores que tú, tienes muchas posibilidades de que las cosas vayan bien. Si te rodeas de mediocres, serviles o aduladores para que te obedezcan y sean sumisas correas de transmisión de las decisiones que tomas tú solito como director, el batacazo estará cantado y la gestión del colegio se resentirá. Un buen director sabe delegar y confiar en sus colaboradores; sabe tomar las decisiones en equipo, sabe escuchar las opiniones de su equipo. El director no siempre tiene la razón y debe ser humilde. Es preciso escuchar a los demás y tratar de buscar soluciones entre todos porque cuatro cabezas piensan más y mejor que una sola. Lo importante es saber generar un ambiente de confianza y libertad para que todos puedan expresarse y opinar. Y siempre que sea posible las decisiones deberían tomarse con el mayor consenso posible dentro del equipo directivo. Teniendo siempre en cuenta que la decisión final y la última palabra la tiene el director, claro está. Pero es importantísimo que una vez tomada una decisión, todo el equipo de dirección respalde y apoye esa decisión sin fisuras. Un equipo donde se prodiguen las deslealtades, proliferen los cuchicheos de pasillos y vuelen las puñaladas traperas, está condenado al fracaso. Y las consecuencias las paga todo el colegio. En un colegio, en cualquier colegio, el trabajo en equipo resulta de vital importancia. En un colegio católico, el equipo directivo, además, debería constituirse en una verdadera comunidad de fe al servicio de la comunidad educativa: profesores, personal no docente, padres y alumnos. El director y su equipo deben rezar juntos y ponerse al servicio de todos y nada que afecte a una familia, a un niño o a un compañero de trabajo les debe resultar ajeno o indiferente.

El director de un colegio tiene que conocer a sus profesores y al personal no docente del colegio. La gestión de personal es una de las facetas más delicadas y complicadas de la labor directiva. Y para eso hay que buscar tiempo para hablar con todos. Es verdad que el día a día lo pone muy difícil porque hay tantos frentes que atender que la jornada no tiene horas bastantes para todo. Pero es imprescindible buscar tiempo y charlar, formal e informalmente con tus profesores, con las señoras de la limpieza, con el personal de cocina, con los entrenadores deportivos. La cercanía, el afecto, la palabra de aliento, la palmadita en la espalda no pueden faltar. El director no puede ni debe convertirse en un ente inaccesible y permanentemente encerrado en un despacho. El profesor que pasa por un mal momento profesional o personal tiene que saber que tú estás ahí y que le vas a apoyar y a ayudar en todo lo que esté en tu mano; que al margen de horarios y convenios colectivos, cuando tienes una urgencia o una situación que lo requiera, vas a poder encontrar comprensión y apoyo en tu director. Si no eres capaz de querer de verdad a la gente que trabaja contigo y que está bajo tu dirección, no vales para dirigir un colegio. Y eso es imposible sin la gracia de Dios. La oración y la Eucaristía son la fuerza que debe impulsarte a ver en tus profesores y en tu personal al prójimo al que el Señor te llama a amar. Sólo así puedes encontrar la fuerza que necesitas para gastarte, para desgastarte cada día por los demás. La única autoridad que merece la pena es la que viene de la entrega generosa de tu vida por los demás: en este caso por tu personal, que es tu gente, tu prójimo. Si ellos se sienten valorados, apreciados, estimulados y reconocidos por ti como director, todo irá mucho mejor. Una de las claves fundamentales para que un colegio funcione es que las relaciones personales sean familiares. Si conseguimos crear un buen ambiente de trabajo y que las personas vayan a trabajar con ganas y con ilusión, habremos conseguido ya buena parte del éxito. Eso no significa que no haya problemas, discusiones, desencuentros, personalidades incompatibles entre sí y toda clase de fricciones a lo largo del curso. Y también habrá que curar muchas llagas y cargarse de paciencia. Mucha paciencia. Pero debemos tener claro que una cuestión fundamental para cualquier director es conseguir un claustro unido. Y que las personas son lo más importante. Y que tenemos que ser capaces de ponernos en el lugar del otro para intentar comprenderlo. Y que tenemos que ser buenos samaritanos para recoger de la cuneta a los que ya no pueden más y tratar de restañar sus heridas. Y todo, con la ayuda de Dios. Sin Él estás perdido.

Uno de los errores más frecuentes en los que caemos los directivos de un colegio en quejarnos permanentemente: "si tuviéramos profesores más jóvenes, más competentes, más comprometidos…"; "si los alumnos estudiaran más…" Eso es idealismo estéril. Dios nos da unos colegios con unos profesores que en muchos casos no has escogido tú. Y con esos profesores, con ese personal de administración y servicios, es con el que tienes que trabajar. Y esas personas son las que Dios te ha dado para que desarrolles tu tarea. Lo que tienes que hacer es quererlos, ayudarlos y poner al servicio de los niños los talentos que cada uno pueda aportar. E intentar minimizar las limitaciones que puedan tener. Los colegio ideales no existen. Existen colegios reales, con profesores reales, personas de carne y hueso, que sufren y se alegran, tienen hijos, pierden a seres queridos, sufren enfermedades y tienen defectos: exactamente igual que tú. Pero también son personas a quienes Dios ama y a quienes Dios ha puesto en tu camino para que camines con ellos hacia el Señor.

Y como los profesores son fundamentales para que un colegio funcione, la selección de personal es una de las labores más importantes del director. Se necesitan profesores competentes profesionalmente: que tengan los conocimientos precisos y que sepan transmitirlos. Pero en un colegio católico también es requisito imprescindible que los profesores sean creyentes, comprometidos y que vivan en coherencia con su fe. Nadie puede dar lo que no tiene. Y si lo más importante es llevar a los niños a Cristo, el profesor tiene que amar al Señor y vivir con el Señor: en Él vivimos, nos movemos y existimos. De nada me vale un profesor muy competente que transmita valores contrarios al Evangelio ni un profesor muy devoto que sea un incompetente en su desempeño docente. Y todo eso pone muy difícil la selección de personal. Probablemente nunca encontrarás a la persona ideal. Pero hay que intentarlo y no dejarse llevar por enchufes, amiguismos, presiones, etc.

Otro aspecto fundamental de la labor del director – pero también del resto del equipo directivo, del claustro de profesores y del personal no docente – radica en la relación con los padres. En todos los colegios (o en casi todos) se organizan asociaciones de padres, escuelas de padres, reuniones periódicas para informar, etc. Pero además de todo eso, con ser importante, el director del colegio debe ser una persona accesible y cercana. Es importante recibir a los padres con prontitud siempre que lo soliciten y atenderlos con educación, amabilidad y sensibilidad. Pero también es muy importante que al director se le vea: en la entrada del colegio a la hora de llegar los niños o a la hora de recogerlos, en los lugares de encuentro (en la cantina del colegio donde toman el café por la mañana las mamás que van a dejar a los niños o donde quiera que se junten en cada caso). Es bueno que el director conozca a los padres, que hable con ellos también de manera informal, que sea fácil llegar a él para hacerle una sugerencia o transmitirle una queja o una protesta. Desgraciadamente, todavía hay directores y profesores que consideran a los padres como el enemigo y que piensan que cuanto más lejos estén del colegio, mejor. O directores de despacho que están permanentemente reunidos y ocupados en cualquier cosa menos en lo más importante: atender a los demás como Dios manda. Los padres no sólo no son el enemigo, sino que deben ser nuestros aliados. Cuanta mayor sintonía haya entre padres y colegio, mejores resultados obtendremos. No olvidemos que tanto padres como profesores queremos lo mismo: lo mejor para los niños. Eso es lo más importante. Lo peor es cuando existen mensajes contradictorios y lo que se predica en el colegio se contradice en casa o viceversa. Entonces no habrá nada que hacer. Los colegios católicos están al servicio de la familia. Son los padres quienes tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos. Y los profesores colaboramos con ellos; no los podemos sustituir ni suplantar. Ni debemos. En consecuencia, cuanto mejor sea la relación entre el colegio y los padres, más fácil será educar a los niños. Y el director debe ser una pieza clave para que el padre se sienta a gusto con el colegio: cercanía, cordialidad, buena educación, amabilidad, escucha, apoyo y ayuda a los padres. Todo ello es labor de un director. Menos burocracia, menos papeleo y más amor al prójimo. Y en el colegio, el prójimo del director son los padres, los alumnos y el personal docente y no docente.

Y la confianza de los padres se gana buscando la excelencia en la educación que se les da a sus hijos. Porque al final, lo más importante de un colegio son los niños. Toda la labor de todo el personal de un colegio tiene como objetivo primordial cuidar, educar, instruir y amar a los niños. Un profesor que no ame a sus alumnos no es un buen profesor. Hay que conocer a los niños, descubrir y potenciar los talentos que Dios le ha dado; forjar su carácter; fortalecer su voluntad, para que sean libres y no títeres de sus pasiones; ayudarles a crecer en la virtud y a domeñar los vicios. Hay que conocer y llamar a los niños por su nombre y quererlos como son. Debemos ver en ellos a verdaderos hijos de Dios, a sus hijos predilectos, porque dijo el Señor que quien acoge a uno de esos pequeños, lo acoge a Él. Debemos dejar que los niños se acerquen a Cristo. Porque sólo Él les puede ofrecer una vida plena, sólo Él les puede hacer realmente felices. Y para conocer a los niños, hay que estar en el patio y preocuparse por ellos y que ellos sientan y comprueben que son importantes para ti. Y eso es fundamental para cualquier profesor. Y más aún para el director. El director del colegio y los profesores ocupan el lugar de los padres mientras el niño está en el colegio, que son muchas horas al día. Y como padres debemos mirar a nuestros alumnos. Y como padres debemos preocuparnos, cuidar y amar a los niños.

El director de un colegio no tiene horario: debe entrar el primero y marchar el último. Y además debe cuidar a su familia y no dejar abandonados a su mujer y a sus hijos. Y también debe buscar momentos de soledad y de silencio; de oración y de paz. Porque atender a los padres, educar a los alumnos; cuidar, animar y apoyar a tu personal; supervisar la administración del colegio, cumplimentar los documentos que la burocracia te exige; atajar los conflictos, resolver los problemas de disciplina, reunirte con tu equipo, elaborar planes de mejora, evaluar la marcha del centro y no sé cuántas tareas más, les aseguro que desgasta mucho. Ser director de un colegio católico significa consumirse por Cristo, dejarte quemar, libremente, y acabar agotado.

Que el Señor bendiga a tantos profesores y a tantos directores que se dejan la vida educando a nuestros hijos. Mi homenaje y mi afecto a grandes personas y grandes directores de colegio, verdaderamente santos, con cuya amistad me honro: Juan Antonio Perteguer, Alejandro Pollicino, Facundo Dalpierre, José Manuel Gutiérrez, Emilio Boronat, Carlos Martínez; verdaderos maestros que han entregado buena parte de su vida a Cristo en el servicio de dirigir colegios católicos.







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