Cada día me sorprende más el
mundo en el que vivo. La ola de generosidad y altruismo que ha mostrado el triste
suceso del niño de Totalán me ha conmovido y alegrado el alma.
También me alegra la preocupación
de mucha gente por evitar el sufrimiento de los animales, el amor por las
mascotas o el interés por preservar la biodiversidad de nuestro planeta.
Severas leyes castigan a quienes
maltraten a los animales, destruyan nidos o pongan en peligro la fauna y la
flora de nuestros campos ya se trate del lince ibérico, la desaparición de las abejas,
los incendios de nuestros bosques o las basuras que ensucian las aguas de fuentes,
ríos, playas y mares, todo lo cual acredita que aumenta nuestro nivel de
concienciación y nuestra calidad humana.
Pero todo esto no cuadra con la
indiferencia que muestra nuestra sociedad hacia la cruda realidad del aborto.
Nos conmovemos por el dolor que pueda infligirse a los animales, casi hasta
pretender que ninguno sea sacrificado y si hay que matarlos que se haga casi
con anestesia, pero cien mil abortos al año, la muerte de personas que comienza
a vivir en el vientre de su madre, no merece más atención que la de sacarse una muela.
Habrán visto que nunca se
muestran los niños abortados, quemados o descuartizados, los fetos pasan de las
manos del abortista (ser médico es otra cosa) a la picadora que convertirá todo
en una pasta a destruir, restos de paritorio sin valor, salvo que haya partes
que puedan aprovecharse con fines industriales.
La más alta facultad concedida a
las personas, como es la de transmitir la vida, queda reducida al ejercicio de
una sexualidad sin responsabilidad que busca el placer por el placer. Luego
pueden inventarse las mil y una razones
para no querer tener hijos que no pueden encubrir el egoísmo radical de
preferir unas mascotas a un niño.
Una vez eliminado Dios de nuestro
horizonte nos creemos nuestros propios dioses para decidir cualquier cosa pero
en realidad nos convertimos en esclavos de nuestros deseos, de nuestras
pasiones, de nuestros vicios.
La que creemos nuestra omnímoda
libertad para decidir sobre nuestra vida sin tener que dar cuenta a nadie es el
gran engaño de una sociedad que envejece sin remedio, que se va suicidando sin
futuro.
Resulta todo tan contradictorio
que, por eso digo que estoy sorprendido del mundo en el que me ha tocado vivir,
capaz de cosas estupendas y de cosas horribles, unos capaces de descubrir o
inventar maravillas y otros que se revuelcan en el infierno de la droga, el
sexo, la pornografía o el alcohol.
Para los asesinatos de mil
mujeres a manos de hombres se ha inventado el término “violencia de género” que
nos golpea cada día desde todos los medios de comunicación, pero la violencia
contra cien mil niños concebidos que se matan cada año antes de nacer solo se
nos ha ocurrido la barbaridad de convertirlo en un derecho de la mujer del que
puede hacer uso en cualquier momento. (En Nueva York hasta el día antes del
parto)
Si el recién nacido se encuentra
en un depósito de basura se busca al culpable, si se deja en la clínica
abortista no pasa nada, es que una mujer ha ejercicio su derecho a matar al
inocente que fue concebido por placer.