Cuando, tras el hundimiento de la
UCD, comenzó a gobernar el partido socialista bajo la presidencia de Felipe
González, el dicharachero vicepresidente Alfonso Guerra dijo aquello de que los socialistas iban a dejar una España que
no la iba a conocer ni la madre que la parió. Los cambios que se produjeron
durante la larga presidencia de González pienso que los aceptamos sin mayor
problema.
La presidencia siguiente en manos
de José María Aznar, aunque terminó de forma un tanto abrupta con el accidente
del Prestige y el “no a la guerra”, en la que realmente no participamos, nos
trajo de nuevo al partido socialista bajo la presidencia de Rodríguez Zapatero,
que llegó en un tren de cercanías y con el que España cambió a peor de manera
no solo en lo económico sino introduciendo leyes nefastas que su sucesor,
Mariano Rajoy, no quiso eliminar a pesar de que las había impugnado en el
Tribunal Constitucional y figurar en el programa con que su partido, el
Popular, se presentó a las elecciones y ganó por mayoría absoluta que no quiso
aprovechar o alguien le ordenó que no lo hiciera, ¿quién? Misterio.
Como las desgracias no vienen
solas, a la nefasta gestión de Zapatero le siguió la de Rajoy que gestionó
bien, a mi juicio, el desastre económico que encontró, evitando la intervención
de la Unión Europea, pero se topó con el separatismo catalán, un monstruo que
ha ido creciendo de la mano del ex honorable Pujol y de la complicidad de los
dos partidos, PP y PSOE, que compraron los votos catalanes con concesiones
imprudentes y onerosas.
Ahora, aupado al poder el
socialista Pedro Sánchez con los votos de separatistas y del partido de Pablo
Iglesias, podemos comprobar que España ha cambiado hasta parecerse más que a su madre a su abuela, la
segunda república, con el enfrentamiento de derechas e izquierdas que se está
formalizando delante de nuestros ojos. Lo que intentó enterrar para siempre la
transición para que todos pudiéramos
vivir en libertad, se está malogrando con la manía de desenterrar a Franco y
estigmatizar a un partido como extrema derecha y a los otros como franquistas,
fascistas y otras lindezas por el estilo, mientras que sigue buscando el apoyo
de los secesionistas catalanes, sin que a los de Podemos se les tacha de
extrema izquierda sino de compañeros de viaje.
La memoria histórica que invocan
no me lleva a ningún recuerdo idílico de la II República sino a los convulsos años
de la revolución de Asturias, al asesinato de Calvo Sotelo, las checas de Madrid, Paracuellos, la quema
de iglesias el desmadre y el enfrentamiento. Ningún socialista de hoy me
recuerda a Julián Besteiro pero Sánchez sí me recuerda a Largo Caballero, el
Lenín español, Álvarez del Bayo, Giral o Negrín o el derrotado Azaña que cuando
todo lo vio perdido pedía paz, piedad y
perdón.
Tenemos la oportunidad de evitar
la catástrofe en las próximas elecciones, meditemos nuestro voto, pensemos que
es necesario volver al espíritu de la transición donde sea posible la
colaboración y el diálogo y jamás el enfrentamiento ni el odio. ¡Cuidado: cuando
las cosas empiezan no sabemos cómo pueden terminar!