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El engendro que trata de hacer aprobar la ministra confirma
la idea de
que todo puede empeorarse.
Cuando comenzaba el siglo XX se
creó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes que subsistió hasta
1939 en que pasó a denominarse Ministerio de Educación Nacional hasta 1966.
Después se ha titulado de diversas maneras: Educación y Ciencia, Educación y
Universidad, Educación, Cultura y
Deporte, etc.
Posiblemente los que lo pensaron
por primera vez comprendieron que el Estado
debía garantizar la Instrucción pero la Educación era cosa de los padres,
la parroquia o el colegio religioso. Instruir es transmitir conocimientos
útiles para la vida, desde leer y escribir a las cuatro reglas para sumar,
restar, multiplicar y dividir. Con estos conocimientos podía irse adentrando en
las matemáticas, la geografía y la historia, una preparación para hacer el
ingreso y comenzar el viejo y venerable
bachillerato cuya superación abría las puertas de la Universidad o la
Formación Profesional.
Todo esto, a fuerza de leyes de
escasa duración, nos ha llevado hasta el momento actual en el que una ministra “iluminada”, la Sra. Celaá, quiere hacer
una nueva ley de educación y comienza por negar
que los hijos sean de sus padres y que es al Estado a quien corresponde
educar, más bien en adoctrinar a los
niños y los jóvenes, dentro del más rancio neomarxismo.
Los valores de esta nueva
educación tienden a la comodidad y no al esfuerzo, a la exigencia de derechos y
relativización de los deberes, proclamando que nadie se quede atrás, se desprecia el talento. Se promueve el
hedonismo, la búsqueda del placer desde las más tempranas edades y la abolición
de todas las reglas, especialmente las religiosas. Tenemos más licenciados que
nunca que han llegado con la nota de “progresa adecuadamente”,
La historia se retuerce hasta
hacerla irreconocible. (Nadie ha reivindicado la labor de España en América). Se
pueden hacer doctorados, tesis y másteres de encargo que no sirven para nada.
Su pueden multiplicar las universidades hasta el infinito pero sin que ninguna
destaque por su excelencia. Los cerebros más brillantes huyen de España y
buscan acogida en Universidades europeas y americanas en las que puedan
desarrollarse.
No nos gobiernan los mejores
cerebros sino los mediocres que han sabido acogerse a la sombra de partidos (o partidas) donde disfrutar de las
prebendas del presupuesto, mero populismo que habla de la ecología y el medio
ambiente, pero que no ha sido capaz de contar los muertos de la reciente
pandemia.
La Constitución vigente en el
número 3 del artículo 27 establece que los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los
padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de
acuerdo con sus propias convicciones. ¿Cómo casa esto con la afirmación de la
Sra. Celaá de que los niños no son de los padres? ¿Sobra la Constitución del 78
o la ministra?
Para hacer posible los deseos
populistas de esta ministra van derechos a la eliminación de la enseñanza
concertada y hasta la educación especial para niños con discapacidad. Si no hay
más escuelas que las estatales nadie podrá elegir. Avanzamos a pasos
agigantados hacia la imposición dictatorial de este gobierno social-comunista,
que odia la libertad, ignora la historia, no defiende la lengua común de todos
los españoles, inculca, desde los tiempos de ZP, la educación afectivo-sexual y
persigue a quienes se opongan a la ideología de género y al feminismo feroz.
¡Menudo futuro nos espera!