CAMINEO.INFO.- Los
obispos españoles tienen todo el derecho a publicar unas orientaciones morales
respecto a las próximas elecciones. Tanto los católicos como los que no lo
sean, pero conozcan estas orientaciones, podrán ignorarlas o tenerlas en cuenta
a la hora de votar.
Entre
los derechos inalienables de la persona, que la Constitución reconoce y
protege, está el de expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y
opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de
reproducción (Art. 20 a) Por ello
resulta rotundamente rechazable la zaragata organizada por el Gobierno contra
la Conferencia Episcopal.
Si
lo que dicen los obispos no le gusta a nuestros gobernantes, están en su
derecho de razonar y argumentar para probar que su postura es mejor que la que
defiende la Conferencia Episcopal. Pero en lugar de dar razones, profieren
amenazas y, amparados en los medios de comunicación afines, propalan cosas que
la nota no dice, callan otras que sí dice y movidos por intereses electorales
excitan el viejo y “casposo” anticlericalismo de los españoles, en una vuelta
al pasado más negro que sufrió España y que pensábamos superado, hasta que
llegó el Sr. Rodríguez Zapatero con su ley de memoria histórica para revivir
odios y rencores.
También
reconoce y protege la Constitución el derecho a comunicar o recibir libremente
información veraz por cualquier medio de difusión. La veracidad de las
informaciones es bastante problemática pues existen verdaderos especialistas de
la manipulación al servicio de los más variados intereses políticos. El
pluralismo de los medios es relativo ya que están fuertemente mediatizados
desde el poder político y el económico. La difusión de información es siempre
una actividad comercial que busca beneficios.
Solamente
el esfuerzo del ciudadano que ame la verdad podrá determinar, siempre con un
margen de error, acerca de las informaciones que se le ofrecen. Pero el amor a
la verdad y el esfuerzo no son las actitudes habituales de la mayoría de las
personas. Es mucho más fácil aceptar lo que otros dicen que pensar por nuestra
cuenta. Una vez decidida nuestra inamovible ubicación política, para toda la
vida, tendemos a dar como cierto y seguro todo aquello que nos dicen nuestros
mentores, sin más examen ni esfuerzo. ¿Cuántas personas se han leído la nota de
la Conferencia Episcopal antes de opinar? Me refiero a las personas de a pie y
no a los profesionales de la opinión… y la manipulación. Los medios lanzan, sin
tregua, una mezcla de información y opinión política, de acuerdo con sus
propios intereses, que el público, en general, no tiene tiempo ni ganas de
examinar y como está feo no tener opiniones, pues se acepta, sin más las de
nuestro periódico o emisora de cabecera.
Sería
necesario un esfuerzo ingente para que, desde la familia y la escuela, todos
sus miembros se educaran en la búsqueda de criterios orientadores para
enfrentarse a la compleja realidad con un insobornable amor a la verdad. Buscar
el triunfo de “mis colores” a costa de lo que sea, lleva inevitablemente a
vivir en la mentira o a quedarse inhabilitado para distinguir lo verdadero de
lo falso, el bien y el mal. Es una forma de degradación muy extendida y
potenciada por el relativismo que, como no cree en la verdad, considera equivalentes
todas las opiniones. Los predicadores de la tolerancia, basada en el
relativismo, no toleran a las personas que manifiestan su propio criterio y la
fortaleza de sus convicciones.
Las
libertades si no se ejercitan se pierden. Hay que tomarse el duro, pero
gratificante trabajo de pensar por nosotros mismos para expresar y difundir con
argumentos y razones, nuestras ideas y opiniones, examinar la veracidad de las
informaciones que recibimos y sopesar cuidadosamente las opiniones de los demás
para ver si nacen de la verdad y buscan el bien.