CAMINEO.INFO.- Es el pensamiento y el lenguaje
lo que nos hace personas, pero las palabras que utilizamos tienen una enorme
carga tanto para el bien como para el mal. Con palabras podemos bendecir y
podemos maldecir.
Las palabras pueden servir tanto
para ponernos de acuerdo como para declararnos la guerra, de aquí la
importancia de saber utilizarlas para el bien. Si dices: te amo puede
nacer una larga relación, una vida en común. Si dices: te odio puedes
desatar todos los males del infierno.
Grabados en piedra podemos
encontrar las palabras de los que nos precedieron hace miles de años que nos
hablan de sus descubrimientos o de sus profundas reflexiones, de sus dioses y
de sus demonios.
Saber leer y escribir nos eleva
un escalón sobre la mediocridad, pero hay que utilizarlo, pensar y ponerlo por
escrito, salvo que lo que pensemos creamos que no tiene ningún valor y sigamos
con nuestros pasatiempos.
Pasar del pensamiento a la
escritura se amplió a partir del papiro. El papel y la imprenta abrieron un
campo insospechado para hacernos llegar la filosofía, -el amor a la sabiduría-,
o la poesía como belleza o las fantasías de novelas de aventuras tal vez
inventadas, tal vez tomadas de sucesos reales.
El paso del tiempo fue trayendo
otras novedades: artículos y comentarios de actualidad de vida efímera, salvo
para coleccionistas y estudiosos. Llegó la radio y la gente pudo escuchar de
forma inmediata lo que ocurría por el mundo, luego la televisión ilustró con
imágenes lo que nos contaban los narradores y ahora ha llegado el acabose: la
eclosión de multitud de formas de transmitir palabras y ¡hasta ideas! de
cualquier persona que envía desde su móvil o su ordenador tonterías y
cuchufletas, en el mejor de los casos, o mentiras, bulos y ataques a quienes no
piensen como ellos.
Pero el escalón que habíamos
subido leyendo y escribiendo dejamos de utilizarlo. Son pocos los que leen y
menos aún los que escriben, ocupados en responder WhatsApp y chats, escribir y
responder en Twitter y otras formas de perder el tiempo. Por supuesto que
siguen existiendo escritores, aunque no tengo clara su influencia hoy.
Me temo que una gran parte de mis
conciudadanos no ha leído a Cervantes, aunque lleguen a obtener títulos
universitarios. Pío Baroja, los Machado o Leopoldo Alas, quizás le suenen, pero
leerlos y disfrutar con ellos, no tanto
La rica literatura
hispanoamericana creo que tampoco se disfruta con una lectura reposada. García
Márquez, Pablo Neruda, Borges o Miguel Ángel Asturias ¿le dirán algo a la gente
joven o nos responderán que “eso no se dio en clase”.
Puede que se gobierne con menos
oposición a un pueblo de ignorantes pendientes de su móvil que a una nación
culta e instruida. ¿Tendrá arreglo esto?
Cuando Bradbury escribió su
novela Fahrenheit 451 había que quemar los libros por que resultaban peligrosos
para los gobernantes, hoy lo que habría que quemar no son los libros sino otros
medios de entretenimiento y disipación peligrosos para los ciudadanos.
Esta democracia, (que algunos han
llamado demogresca) puede ser el resultado de haber entrado en un proceso
destructivo en el que se utilizan las palabras como forma de lucha por el poder
y no como medio de entendimiento para construir un futuro en el que imperen el
respeto y el bien común.