Parece que se ha convertido ya en un deporte nacional pasear
en bus por las calles los graves problemas que cada vez agobian más a la sociedad española. Primero
fue el bus naranja de la Asociación Hazte Oír con la intención de denunciar la ideología de género. Tuvo una
gran repercusión nacional alimentada por las asociaciones, partidos y medios de
comunicación que están impregnados de ella.
Ahora son los nuevos anarquistas y antisistema con
representación en el Parlamento y Ayuntamientos quienes, abanderados por el
siempre desaliñado Pablo Iglesias, se han subido a un autobús azul para
“pasear” los rostros de líderes políticos y sociales que, según ellos,
representan la denostada corrupción que nos invade. Su reacción mediática
lógicamente ha sido menos virulenta y el debate que ha suscitado parece haberse
desinflado con más rapidez que el primero.
Lo preocupante es que tanto uno como otro representan el
fracaso de una clase política que desnortada en sus principios y convicciones,
indefensa ante su propio descrédito y envuelta en una tela de araña tejida entre la corrupción y su propia
supervivencia se muestra incapaz de poder representar los legítimos intereses
de la ciudadanía en las instituciones democráticas de las que nos dotamos constitucionalmente
en 1978.
La fragilidad de la mayoría parlamentaria, el discurso
cirquense de la “nueva izquierda” y el escaso fuste y preparación de muchos de
los actuales parlamentarios hacen del Congreso y Senado unas cámaras inútiles
para el debate, el diálogo y los consensos necesarios para ocuparse de los
intereses generales del Estado. Salir a la calle partidos y asociaciones para
hacerse oír, removiendo sentimientos enfrentados de la ciudadanía y
sustituyendo así los cauces naturales del sistema democrático, indica el
colapso político al que podemos estar abocados
con las imprevisibles consecuencias que ello conlleva.
Lamentablemente y en esta ocasión el Partido Popular vuelve
a estar en el ojo del huracán de la corrupción. Una vez más alcanza a
cualificados dirigentes que han ocupado relevantes cargos de responsabilidad
política en instituciones del Estado o empresas públicas. Los votantes y
especialmente aquellos que desde hace ya más de treinta años luchamos
honestamente contra viento y marea para que, desde nuestros ideales y principios,
España se asentara en un modelo social respetuoso con las libertades, la
democracia y la justicia, hoy no podemos, cuanto menos, que sentirnos
avergonzados de quienes han utilizado el poder y la confianza depositada en
ellos, para saciar su desmedida ambición por amasar la fortuna de su deshonor y desvergüenza.
La sociedad no puede ni debe quedar atenazada por el hedor
que sale a la superficie desde las cloacas de la corrupción. Tenemos el
deber como simples ciudadanos, de exigir que de una vez por todas se ponga fin
a este desatino y se adopten con urgencia medidas para reconducir la vida
pública a la senda de la honradez, el prestigio y el servicio eficaz de sus
actores e instituciones. El silencio y la tibieza ante hechos tan graves solo
despiertan desazón y desconfianza.
Si nos miramos en el espejo de las elecciones en Francia, es fácil comprobar
cómo el crecimiento de los extremismos de la derecha e izquierda se produce por
la debacle de los partidos conservador y socialista. Los binomios Macron-Rivera,
Melenchon-Iglesias, Fillon-Rajoy y Hamon-Sánchez dejan de momento y
afortunadamente a Marine Le Pen sin pareja de extrema derecha español. Solo la
segunda vuelta del sistema electoral francés hará fracasar la indeseada y
peligrosa radicalización del gobierno en Francia.
En España no tenemos lamentablemente segunda vuelta y una
fractura en el centro derecha español como consecuencia de un debilitamiento
del partido popular, por el desánimo de su electorado ante el inmovilismo de
sus dirigentes en los casos de corrupción, podría arrastrarnos al mismo
arriesgado panorama electoral que en Francia. Sin embargo, la diferencia es que
al no tener la opción de una repetición para alcanzar una mayoría de gobierno
estable, se regresaría al estancamiento y parálisis que recientemente hemos
sufrido.
Los actuales dirigentes del partido popular no pueden ni
deben evadirse de la grave responsabilidad que asumen para evitar una depresión
política del centro derecha en España. La palabra refundación empieza a sonar
en foros y cenáculos, igual que renovación y regeneración. Afortunadamente el
partido popular tiene un importante elenco de hombres y mujeres bien formados,
profesionalmente capaces y con espíritu y ganas de sentirse protagonistas de
una nueva era en la vida del partido. Para que esto suceda creo que puede ser
el momento de que algunos dirigentes den un paso atrás y otros un paso
adelante.
Si no reaccionamos podríamos terminar haciendo bueno para
España el comentario que señalaba Gérard
Courtois, cronista político de Le Monde en su libro Parties de Campàgne sobre
las elecciones presidenciales de la V República: “Los franceses lo saben, y se
dicen: la derecha ha gobernado, la izquierda ha gobernado, ninguno ha
encontrado las buenas soluciones, probemos otra cosa.