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En Marche

Fri, 19 May 2017 22:31:00
 

 

He de reconocer que me ha sorprendido favorablemente la puesta en escena del nuevo presidente de la República francesa Emmanuel Macron que ha sido investido recientemente en el Palacio del Elíseo como tal, después de haber obtenido el respaldo de más de veinte millones de electores.

Sobriedad, gestos de elegancia y cortesía con su antecesor François Hollande en la despedida y un discurso marcado por la brevedad, la concisión de sus propósitos, su decidido europeísmo y el expreso reconocimiento a todos y cada uno de los presidentes de la V República.  Por cierto era remarcable también el respeto republicano en la correcta indumentaria y en la actitud respetuosa de los más de trescientos invitados asistentes al acto.

La otra cara de la moneda la representan los tradicionales partidos de la derecha e izquierda francesa perdedores no solo de las elecciones, sino incluso de su implantación e identidad en la vida política y social de Francia. Le Pen y Macron han recogido el hartazgo y la profunda decepción del desgaste que ha originado entre la ciudadanía la corrupción, el nepotismo y el alejamiento de los políticos  que  venían alternándose en el poder.

El partido socialista o el republicano que se nutrían de los votos del centro izquierda o derecha, han dado paso por primera vez en la historia de Francia, a un candidato como Macron que sin el respaldo de la maquinaria de un partido y solo con la movilización de un novedoso deseo de cambio o alternativa al “sistema”  corrupto o esclerotizado del poder establecido, no solo ha sido capaz de ganar las elecciones sino de alcanzar la presidencia de la República con el solo compromiso de impulsar unos nuevos principios en la gestión de la cosa pública.

¿Estamos en Europa ante el declive de los partidos que Maurice Duverger los denominaba como “partidos de masas” y que se instauraron en el siglo XX a raíz de la revolución industrial o del mundo agrícola frente a los “partidos de cuadro” de la burguesía? ¿Han quedado demodés y en algunos casos hasta desaparecidos, el socialismo comunista reconvertido en socialdemocracia y la derecha conservadora mutada en un centro derecha de inspiración humanista y cristiana? ¿estamos ante un escenario nuevo donde el ciudadano se compromete solo de una manera flexible e intermitente con quien cubre sus expectativas y sus exigencias de ética y buena administración de los bienes públicos desde su óptica personal?

No son baladíes las encuestas francesas, como el Barómetro 2017, que reflejan una desafectación de gran envergadura hacia la clase política tradicional de tal manera que un 89% sostienen que los políticos se desentienden de la gente y de sus problemas reales y que solo el 50% cree que los partidos son necesarios. En España si muchos de nuestros políticos oyeran en los bares o cafés lo que opinan los taxistas, los profesores, los jubilados, los empresarios o los empleados de unos grandes almacenes comprobarían que sus opiniones arrojarían unos porcentajes muy parecidos a las de nuestros vecinos galos.

El derrotero por el que transcurre nuestra lastrada vida política española tiene no poca similitud con la francesa. El desgarro del partido socialista amenaza seriamente con una suicida escisión que dejaría vía libre al movimiento surgido del 15M. Podemos ha alcanzado ya cotas de poder en municipios importantes, en parlamentos autonómicos y en las Cortes Generales. En un futuro, desde luego nada deseable, su aspiración es  alcanzar el gobierno nacional.

La derecha española es más resistente hacia cambios de vértigo, pero su desencanto de cómo se vienen gestionando determinadas cuestiones que afectan a la corrupción u otras de índole social o económica le hacen  desconfiar del único partido que, como el Partido Popular, ha conseguido aglutinar el espacio de centro derecha. Por ahora no desciende su apoyo electoral pero su estancamiento en intención de voto, presagia riesgos indeseables si no reacciona a tiempo.

La aparición de Ciudadanos en el espectro político nacional solo augura un tibio status que a su vez es consecuencia de su tibio compromiso en la gobernabilidad de los intereses públicos. Denunciar, amenazar o amagar es síntoma de su propia indefinición. A pesar de su pose y juventud, Rivera, está lejos de concitar un respaldo, ni siquiera ligeramente parecido,  al de Macron en Francia.

España, al igual que el resto de Europa, ha sentido un profundo alivio ante la amenaza de ruptura del club de la Unión Europea, que se hubiera materializado si Marine Lepen, hubiera accedido al Palacio del Elíseo. Evitar que estos movimientos pendulares de la extrema derecha o  izquierda se produzcan en nuestro país solo está en manos de quienes deben recuperar la confianza de un pueblo que en su mayoría exige limpieza en las reglas de juego, honestidad en la gestión y claridad y determinación en la defensa de sus intereses. En Marche ha representado el éxito de un movimiento ciudadano que, hoy por hoy, sobrepasa los postulados de los partidos políticos al uso, aprendamos la lección.







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