Nadal es ya una leyenda digna de ser cantada como hizo
Homero inmortalizando a sus legendarios héroes en la Ilíada y la Odisea. Es ya
la historia de un superhéroe capaz de éxitos tan inalcanzables para millones de
seres humanos como el que acaba de protagonizar en París, consiguiendo por
décima vez el prestigioso trofeo de Roland Garros, después de
haber exhibido las virtudes de las que puede estar rodeada una persona
que vive intensamente y con gran sacrificio su entrega para conseguir las metas
más altas en un deporte que, como el tenis, es su vida y su pasión.
Fortaleza, tesón, modestia, generosidad, fe, simpatía no son las cualidades de un ser idílico, son
las que rodean a un hombre que trabaja,
que se esfuerza, que lucha, que cree en sus capacidades, que las desarrolla y
que agota hasta el límite su afán de vencer . Sus defectos, que los tendrá como
todo ser humano, se oscurecen ante la grandeza de su personalidad. Es un espejo
donde no solo los jóvenes deben verse proyectados.
Nadal, por si fuera poco, es además un patriota. Siente con
orgullo los colores de su bandera y ser español es un añadido a sus metas y
ambiciones. Nadal es la encarnación de unos valores que hoy desgraciadamente
escasean en la sociedad española, inmersa en una especie de anestésica abulia
que se deja arrastrar por lo fácil y superficial.
Curiosamente la crisis parece no haber hecho mella en
nuestros deportistas de élite. Tenis, baloncesto, fórmula 1, ciclismo o
atletismo son beneficiarios de unos actores que nos demuestran que las
dificultades pueden ser vencidas con una gran capacidad de trabajo, de
sacrificio personal, de confianza o fe en sus propias potencialidades y de una
gran dosis de humanidad y modestia. Además pasean los colores de España sin
ningún tipo de reservas y con manifiesto orgullo.
Estos “genios” del deporte abanderados por Nadal,
constituyen un “modelo” para que los españoles y especialmente sus
representantes políticos, se esfuercen por imitarlos en algunas de sus
virtudes. Su ejemplo nos da señales inequívocas
para redoblar nuestro trabajo, confiar en nuestras capacidades, moderar
nuestros hábitos y costumbres, ser más modestos en nuestras reacciones y
conductas y sobretodo ser más “patriotas” en la defensa de nuestros intereses y
de los símbolos que nos representan como nación en el mundo.
El destino ha querido que en esta semana hayan confluido las
gestas de dos grandes españoles que han conmocionado el mundo. La de Ignacio
Echevarría y Rafael Nadal. Ignacio, nuestro llorado compatriota, se ha enfrentado
con gran valor y heroísmo a quienes
buscaban de una forma cruel y sanguinaria imponer el terror y la muerte
en la sociedad que ha defendido valerosamente con su vida, haciéndolo con la mejor arma deportiva de la que disponía en
ese crucial momento, su monopatín y que le ha llevado directamente, como el
gran campeón que es de la paz y la libertad, a disfrutar de la compañía del
Dios en el que afortunadamente creía.
Nadal ha dado un gran ejemplo a la sociedad
española y europea tan falta como está de reencontrarse con los valores que la
hagan resurgir del decadente letargo espiritual y anímico en que se encuentran.
Su fe en el triunfo, la confianza en sí mismo y en sus preparadores, su espíritu
de trabajo, tesón, paciencia y honestidad personal son cualidades importantes
que hoy deben rodear a quienes aspiran a liderar cualquier proyecto colectivo.
Gracias Rafa por el respeto y la admiración que te has
ganado como el deportista español más grande de todos los tiempos. Gracias
también porque la bandera y el himno español, tan mancillado a veces en nuestra
patria, han sido tratados con el silencio y el respeto que se merecen en un
país vecino y amigo como es Francia. Gracias Rafa porque nos haces despertar,
una vez más, la esperanza en el éxito y el triunfo de un gran pueblo como es el
español.