Domingo pasado no
contemplábamos una aparición de Jesús resucitado, sino una imagen que él nos daba
de sí mismo: “Yo soy el buen Pastor”.
Afirmación que nos lo hacía vivo y presente en nuestra vida.
Hoy seguimos en esta misma
línea: no contemplamos una aparición de Jesús resucitado, sino una imagen que nos
da de sí mismo: “Yo soy la vid, vosotros
los sarmientos”. Una imagen muy pascual porque también nos habla de un
Jesús que vive, y resucitado, y que comunica vida.
La figura del Buen
Pastor daba mucho juego, pero, Jesús quedaba como alguien que estaba fuera de
nosotros. En cambio, la imagen de la vid y los sarmientos nos introduce un tema
capital para los cristianos: participamos de la misma vida del Cristo. Cristo nos
comunica su propia vida. Se nos comunica él mismo. Jesús nos viene a decir: “quiero vivir en vosotros, déjame vivir en
ti”. Vid y sarmiento tienen un mismo
principio vital, aquello que vivifica la vid, vivifica el sarmiento.
Los cristianos, desde los inicios entendieron muy bien
este Cristo presente y vivo en nosotros. Por esto, San Pablo dice en Gálatas
2,20 “…y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Unos siglos
después, San Agustín, que a veces, quería provocar a su auditorio, decía: “Se puede decir que no somos cristianos, que
“somos Cristo”. Y ahora hace poco más de doscientos años, el Cura de Ars decía
hablando de Cristo y nosotros: “Somos dos
trozos de cera fundidos en uno solo”.
Esta imagen que Jesús nos da hoy, toca la esencialidad de
la vida cristiana.
Él es la vid, si el sarmiento,
nosotros, no estamos unidos a la vid no tenemos vida, es imposible que vivamos,
y nos secamos (espiritualmente hablando, claro). Al sarmiento la vida le viene
de estar injertada, unida, a la vid, el sarmiento crecerá cuanto más injertada
esté en la vid.
Podemos estar unidos a la vid con
una pequeña ramita o con un buen tronquito. De nosotros depende: cuantos más medios
pongamos (oración, eucaristía, confesión, meditación de la Palabra de Dios,...)
y como mejor vivamos estos medios, más grande será el tronco y más podremos recibir
la presencia de Cristo, la vida de Cristo, el Espíritu Santo.
Hay quien está unido a Jesucristo
por una pequeña ramita, por la cual casi no pasa alimento, y hay quien está unido
con un tronco bien consistente que deja pasar mucho alimento. De los medios que
ponemos y de cómo los vivimos dependerá lo que recibimos... de todo esto surgen
algunas preguntas: ¿estamos injertados en Jesucristo? ¿Tenemos la vida
planteada para recibir el alimento que él nos da? ¿Tenemos un deseo de crecer
en esta vida que Jesucristo nos da?
En un texto tan corto como éste, siete
veces aparece la expresión “permaneced en
mí”: “permaneced en mí, y yo en
vosotros”. “el sarmiento no puede dar
fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí”. “El que permanece en mí y yo en él…”. “Al que no permanece en mí lo tiran
fuera…”.”Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros…”.
Palabras que nos iluminan dos realidades. La primera es
este deseo de comunión que hay en Jesús: quiere vivir en nosotros. Es bonito y
evocador contemplar a Jesús como deseoso de entrar y de estar en comunión con
nosotros. Cuando vemos un sagrario, lo primero que tendríamos que pensar es:
Jesucristo desea unirse a mí. Si queremos hacer experiencia del amor de Dios,
un camino es contemplar a Jesús deseoso de unirse a nosotros. Y hoy, esta
reincidencia en esta expresión “permaneced
en mí”, nos habla de ello.
La segunda realidad que nos iluminan las palabras de Jesús
es el sentido de permanencia. Las palabras de Jesús no apuntan a encuentros
esporádicos o intermitentes, apuntan a estar en Él permanentemente de manera
que tota nuestra vida (trabajo, ocio,
vacaciones, gastos, relaciones humanas, dificultades, etc.) esté marcada por
esta unión.
Si durante el día tenemos poca presencia de Dios, es que
estamos poco injertados. Porque este “permaneced
en mí”, no es esporádico... es totalizante. Toda la vida está llamada a
reposar en él.
A los niños de catequesis, les decimos
mucho, Jesús es tu amigo. Yo también se lo digo, pero me da miedo: miedo, porque
de un amigo se puede prescindir y no pasa nada, encontrarás otro y ya está: y miedo,
porque Jesús es mucho más que nuestro amigo, Jesús es el Hijo que nos quiere hacer
participar de su vida, de su principio vital, ¡quiere habitar en nosotros! Por esto,
la expresión “Jesús es nuestro amigo”, si no se matiza puede llegar a ser una
rebaja pastoral peligrosa.
Que esta eucaristía nos ayude a
quedar más estrechamente unidos a la vid, a Jesucristo, porque sin él no podemos
hacer nada y con él lo podemos todo...