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V Domingo de Pascua

Sun, 29 Apr 2018 21:45:00
 

Domingo pasado no contemplábamos una aparición de Jesús resucitado, sino una imagen que él nos daba de sí mismo: “Yo soy el buen Pastor”. Afirmación que nos lo hacía vivo y presente en nuestra vida.

 

Hoy seguimos en esta misma línea: no contemplamos una aparición de Jesús resucitado, sino una imagen que nos da de sí mismo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. Una imagen muy pascual porque también nos habla de un Jesús que vive, y resucitado, y que comunica vida.

 

La figura del Buen Pastor daba mucho juego, pero, Jesús quedaba como alguien que estaba fuera de nosotros. En cambio, la imagen de la vid y los sarmientos nos introduce un tema capital para los cristianos: participamos de la misma vida del Cristo. Cristo nos comunica su propia vida. Se nos comunica él mismo. Jesús nos viene a decir: “quiero vivir en vosotros, déjame vivir en ti”.  Vid y sarmiento tienen un mismo principio vital, aquello que vivifica la vid, vivifica el sarmiento.

 

Los cristianos, desde los inicios entendieron muy bien este Cristo presente y vivo en nosotros. Por esto, San Pablo dice en Gálatas 2,20 “…y ya no vivo  yo, es Cristo quien vive en mí”. Unos siglos después, San Agustín, que a veces, quería provocar a su auditorio, decía: “Se puede decir que no somos cristianos, que “somos Cristo”. Y ahora hace poco más de doscientos años, el Cura de Ars decía hablando de Cristo y nosotros: “Somos dos trozos de cera fundidos en uno solo”.

 

Esta imagen que Jesús nos da hoy, toca la esencialidad de la vida cristiana.

 

Él es la vid, si el sarmiento, nosotros, no estamos unidos a la vid no tenemos vida, es imposible que vivamos, y nos secamos (espiritualmente hablando, claro). Al sarmiento la vida le viene de estar injertada, unida, a la vid, el sarmiento crecerá cuanto más injertada esté en la vid.

 

Podemos estar unidos a la vid con una pequeña ramita o con un buen tronquito. De nosotros depende: cuantos más medios pongamos (oración, eucaristía, confesión, meditación de la Palabra de Dios,...) y como mejor vivamos estos medios, más grande será el tronco y más podremos recibir la presencia de Cristo, la vida de Cristo, el Espíritu Santo.

 

Hay quien está unido a Jesucristo por una pequeña ramita, por la cual casi no pasa alimento, y hay quien está unido con un tronco bien consistente que deja pasar mucho alimento. De los medios que ponemos y de cómo los vivimos dependerá lo que recibimos... de todo esto surgen algunas preguntas: ¿estamos injertados en Jesucristo? ¿Tenemos la vida planteada para recibir el alimento que él nos da? ¿Tenemos un deseo de crecer en esta vida que Jesucristo nos da?

 

En un texto tan corto como éste, siete veces aparece la expresión “permaneced en mí”: “permaneced en mí, y yo en vosotros”. “el sarmiento no  puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”. “El que permanece en mí y yo en él…”.  “Al que no permanece en mí lo tiran fuera…”.”Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros…”.

 

Palabras que nos iluminan dos realidades. La primera es este deseo de comunión que hay en Jesús: quiere vivir en nosotros. Es bonito y evocador contemplar a Jesús como deseoso de entrar y de estar en comunión con nosotros. Cuando vemos un sagrario, lo primero que tendríamos que pensar es: Jesucristo desea unirse a mí. Si queremos hacer experiencia del amor de Dios, un camino es contemplar a Jesús deseoso de unirse a nosotros. Y hoy, esta reincidencia en esta expresión “permaneced en mí”, nos habla de ello.

 

La segunda realidad que nos iluminan las palabras de Jesús es el sentido de permanencia. Las palabras de Jesús no apuntan a encuentros esporádicos o intermitentes, apuntan a estar en Él permanentemente de manera que tota  nuestra vida (trabajo, ocio, vacaciones, gastos, relaciones humanas, dificultades, etc.) esté marcada por esta unión.

 

Si durante el día tenemos poca presencia de Dios, es que estamos poco injertados. Porque este “permaneced en mí”, no es esporádico... es totalizante. Toda la vida está llamada a reposar en él.

 

A los niños de catequesis, les decimos mucho, Jesús es tu amigo. Yo también se lo digo, pero me da miedo: miedo, porque de un amigo se puede prescindir y no pasa nada, encontrarás otro y ya está: y miedo, porque Jesús es mucho más que nuestro amigo, Jesús es el Hijo que nos quiere hacer participar de su vida, de su principio vital, ¡quiere habitar en nosotros! Por esto, la expresión “Jesús es nuestro amigo”, si no se matiza puede llegar a ser una rebaja pastoral peligrosa.

Que esta eucaristía nos ayude a quedar más estrechamente unidos a la vid, a Jesucristo, porque sin él no podemos hacer nada y con él lo podemos todo...









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