CAMINEO.INFO.-
HECHOS DE LOS APÓSTOLES 2, 1-11
Salmo 103, 1ab y 24ac. 29bc-30.31 y 34
CORINTIOS 12, 3b-7. 12-13
JUAN 20, 19-23
¡¡En la escena de Pentecostés está todo!! ¡¡Es un resumen
de la vida cristiana!!
¿Quiénes son aquellos que reciben el Espíritu Santo? Unos
hombres sencillos, sin demasiada cultura. Camino de Jerusalén, después de tres
años con Jesús, discuten por quién será el más importante en el Reino de Jesús.
En Getsemaní abandonan a Jesús. A Jesús resucitado, el día de la ascensión, le llegan
a preguntar: “¿es ahora cuando vas a
restaurar el reino de Israel?”, ¡no han entendido nada!
Uno podría pensar: “¡¡Señor, a estos no!!, ¡¡a estos no los
envíes que lo harán todo mal!!”. Así entraron en el Cenáculo, y ¿cómo salieron?
¡El fuego del Espíritu les penetra y los hace diferentes! Los transforma. Ya no
son ellos, ahora son “el Espíritu Santo y nosotros”.
Y a partir de este momento ¡¡el cristianismo llega a ser
imparable!!... Sorprende la rapidez con la que se extendió la Buena Nueva. Sólo hay una
explicación: “el Espíritu Santo y nosotros”.
¡Esta celebración vuelve a hacer presente el acontecimiento
de Pentecostés!. ¿Hasta dónde puede llegar el fruto de esta celebración? ¿Hasta
dónde podemos quedar transformados nosotros? ¿Cuáles son sus posibilidades?
¿Sus límites? Su límite es nuestra fe, nuestra esperanza. Esta celebración no
tiene para su eficacia más límite que nuestra penuria al creer. De ahí la
importancia de esperar mucho, de tener un deseo intenso de quedar transformados
por la gracia del Espíritu Santo como quedaron los apóstoles el día de
Pentecostés.
Pentecostés es una Solemnidad que a mí me gusta mucho, me
ayuda mucho, me hace mucho bien. Explico el porqué; yo tengo una tendencia exterior
a tenerlo todo bien organizado, bien planificado, a controlarlo todo, y esto va
acompañado de una tendencia interior a fundamentarme en mí mismo: soy yo quien
piensa, yo quien planifico, yo quien organizo. Yo, yo, yo... Y esta fiesta me
recuerda, y esto es lo que me hace mucho bien, que éste no es nuestro estilo de
hacer. Me recuerda que nosotros los cristianos funcionamos, vivimos, de otra manera:
vivimos movidos por el Espíritu Santo.
Por tanto, veo cómo en mí luchan dos tendencias: hacer las
cosas partiendo de mí o hacer las cosas partiendo del Espíritu Santo. Que son
dos maneras de hacer totalmente diferentes.
Aquí encaja muy bien aquella frase genial del Cardenal
Ratzinger: “La Iglesia no es una
racionalización permanente sino un Pentecostés permanente”. Que no es sólo
una frase que suena bien, sino una frase que enuncia una realidad, pienso yo,
poco vivida por los cristianos: Hemos de procurar ser dóciles al Espíritu Santo
porqué constantemente el Espíritu Santo nos quiere conducir en nuestra vida.
((Quizás tenemos la Iglesia que tenemos, y tenemos la
parroquia que tenemos, porqué hemos funcionado muchas veces con energías
naturales y hemos olvidado toda esta dimensión del Espíritu Santo.
Es que es de sentido común: si soy yo el que piensa, el
que organiza, el que planifica, saldrá poca cosa, por no decir nada, saldrá una
cosa muy humana y muy poco divina, pero, si yo actúo abierto al Espíritu Santo,
buscando ser dócil al Espíritu Santo, movido por su fuerza, por sus intuiciones,
entonces,
no hay límite, no hay nada imposible. Con el Espíritu Santo en nuestros
corazones todo es posible, queda claro en Pentecostés: de estar cerrados y con miedo,
pasan a dar la cara con valentía y alegría.))
Si vivimos movidos por el Espíritu Santo, entonces, todo es
posible, y hay esperanza. Para que todo esto pase es preciso que el Espíritu Santo,
deje de ser el gran desconocido.
Dios Padre es el creador del mundo, Dios Hijo es el redentor,
el que hace la salvación, Jesucristo, y Dios Espíritu Santo, es el que nos
santifica a nosotros, el que actúa en nosotros, el que nos mueve, el que nos
empuja, para que sigamos los pasos de Jesús (vemos su obra en los Hechos de los
Apóstoles).
Dios Padre nos está atrayendo hacia Él, porque nos ama, porque
desea la comunión con nosotros. Dios Hijo es el camino para ir al Padre y el Espíritu
Santo es el que nos mueve, nos conduce por este camino.
Es bastante triste pensar que para la mayoría de
cristianos Pentecostés no es nada, y el Espíritu Santo una realidad lejana, de
otro mundo, sin resonancia e implicaciones en éste. Y, sin embargo, Cristo ha
muerto ni más ni menos para comunicarnos el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es una persona divina, la tercera de la
Santísima Trinidad. ¡¡Hemos de tener una relación con ella!! La hemos de invocar…
¡Que nos habite! ¡Que esté en nosotros! ¡Pidamos su presencia! Recordemos las palabras de Jesús: “si
vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos ¡Cuánto más el
Padre celestial dará el Espíritu Santo al que se lo pida!”.
Que
esta eucaristía sea para nosotros una actualización del milagro de Pentecostés.