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El librito devorador

Thu, 05 Sep 2019 18:44:00
 

De tema religioso, acabo de publicar mi primera novela titulada “El librito devorador”. Los interesados pueden adquirirla en formato digital (Kindle: 2,99 euros) o en formato vegetal (libro de tapa blanda: 14 euros).

Adjunto el enlace para los mecenas que deseen comprarla: https://www.amazon.es/El-librito-devorador-Desiderio-Parrilla-ebook/dp/B07X23QRTP/

Siguiendo la política de micromecenazgo para proyectos creativos, si la novela se vende bien prometo nuevas novelas de temática religiosa, a fin de cumplir con la misión artística que posee este género. Aprovecho la ocasión para anunciarla al público interesado y para compartir un breve comentario sobre la “novela religiosa”, un género clásico actualmente en desuso, pese a su importancia histórica en el desarrollo de la literatura universal y de la inculturización de la fe cristiana.

Considero que servirse de estas plataformas (Kdp, Kobo, Bubok, Lektu, Patreon, &c.) es un buen modo de financiar la recuperación de este género literario, que ha tenido tanta capacidad de transformación social y cultural. Es una pena considerar el grado de abandono que sufre el género incluso en el seno de la Iglesia católica, marginado de la producción artística y de la propaganda de la fe. Creo necesario recuperar este género, injustamente olvidado, que tantas veces ha servido a la apologética, la mistagogia o la pedagogía.

Es cierto que la “novela religiosa” tiene un enorme potencial educativo y de formación permanente, tanto entre los jóvenes como entre los adultos, como puso de relieve “El progreso del peregrino” de John Bunyan. Novelas como “La Cabaña” de William Paul Young permite divulgar y popularizar la fe cristiana en el ámbito público y civil como ningún otro arte. Cómo ignorar que la obra de G. K. Chesterton ha prestado servicios inestimables en la defensa de la fe, incluso como un preámbulo literario de la fe, permitiendo el salto cultural que la teología o la filosofía ya no podían ofrecer en las sociedades secularizadas. Como mérito moral, la “novela religiosa” también logra superar el reduccionismo tecno-económico que preside la industria del libro, redimensionando el género novelesco y trascendiendo las falacias y trampas ideológicas y dictaduras mercantiles que impone la “novela burguesa”, el género dominante actual. Sin embargo, el género de la “novela religiosa” posee una dignidad y una esencia que supera estos méritos pedagógicos, formativos o morales.

Lo primero que hay que decir es que es imposible una novela religiosa neutral, por las relaciones internas que mantienen la novela religiosa con la verdad. En el “escenario religioso”, una consideración meramente estética o artística, resulta imposible. Tampoco cabe reducir la novela religiosa a una lectura moral.

No se puede someter lo religioso a lo moral ni a lo estético, porque lo religioso supone una categoría independiente al margen de ulteriores valoraciones. Por eso cabe la posibilidad de encontrar magníficas novelas religiosas que sean francamente inmorales, sin que dejen de ser totalmente acordes con la ortodoxia católica, como por ejemplo: “Retorno a Bridshead” de Evelyn Waugh o “El fin de la aventura” de Graham Greene. Por otro lado, una novela religiosa no tiene que ser “bonita” ni una “preciosidad exquisita”. En contra de la tesis de Chatebriand, Joris-Karl Huysmans demostró que puede darse el caso de una novela religiosa genial marcada por la estética del horror, la fealdad y el decadentismo, como lo prueban sus novelas posteriores a su conversión al catolicismo en 1892.

Este principio es aplicable incluso en aquellas novelas que secularizan el tema religioso, o lo reducen a mera alegoría. Por supuesto este criterio continúa siendo válido para las novelas que son religiosas por ser novelas anti-religiosas.

Efectivamente, el guión de Teorema de Pier Paolo Passolini es una narración religiosa en igual medida que su guión del Evangelio según san mateo, aunque aquel sea sólo una alegoría y este sólo una exposición literal de la pagina sacra. Tan religiosas son las novelas “Diario de un cura rural” de George Bernanos como el “Cura de Monleón” de Pío Baroja o “San Manuel Bueno, mártir”, de Miguel de Unamuno. O por poner un ejemplo mejor conjugado, tan religiosa es “Los sótanos del Vaticano” de André Gide como la réplica de su secretaria Béatrix Beck: “León Morin, sacerdote”.

La ambigüedad que preside la novella de “La leyenda del Santo bebedor” de Joseph Roth podría parecer un modo adecuado de recuperar la novela religiosa en las sociedades secularizadas, porque parece estar por encima de esta dicotomía entre religión y verdad. Así fue visto por numerosos críticos literarios formalistas. Esta novelita recuerda a la imagen de la Gestalt caracterizada por la ambigüedad visual, que genera la ilusión óptica de ver una figura de mujer que a veces se percibe como anciana y a veces se percibe como joven, pero no ambas cosas a la vez. Esta alternancia entre lo uno y lo otro parecía cuestionar la posibilidad misma de la verdad en la novela religiosa, que quedaba reducida a un juego literario de interpretaciones múltiples. Sin embargo, es evidente que esto era sólo un pensamiento de coartada, un fraude piadoso o una cínica utilización del género religioso en el terreno de la “novela burguesa”, ya que evidentemente Joseph Roth asume en esa novela que lo religioso queda confinado en el ámbito de lo alucinatorio y lo psicológicamente patológico: la religión es una percepción errónea o una enfermedad mental. Dentro del género de “novela burguesa” esta ambigüedad estilística sirvió a Joseph Roth para producir una mercancía literaria con valor añadido que le permitía vender más libros y ganar más dinero en un mercado editorial cada vez más saturado y necesitado de curiosidades.  Pero no se puede admitir que “La leyenda del Santo bebedor” sea una “novela religiosa”, siendo como es una “novela burguesa” construida bajo la apariencia falaz de lo pseudoreligioso.

Sin embargo, hay que subrayar esta conexión interna entre los “valores literarios” y los “valores de verdad”, aunque sea muy difícil, en muchos casos, seguir las líneas sutiles de esa conexión. Incluso una novela alegórica como “Las crónicas de Narnia” supone un posicionamiento partidista respecto de la religión cristiana. Y por mucho que le pese a J. R. R. Tolkien, “El Señor de los anillos” presupone un posicionamiento semejante respecto de la estructura racional que manifiesta la teología dogmática católica. Y lo propio cabe decir de novelas deudoras de la religión, tales como “Harry Potter” en cuanto J. K. Rowling acusa la influencia religiosa anglicana de la Alta Iglesia o la serie “Crepúsculo” manifiesta no pocos rasgos de la fe mormona de Stephenie Meyer.

El partidismo no está reñido necesariamente con la verdad; por el contrario, es condición de la misma. Sólo que las verdades se constituyen en muy diversos planos, cuyas relaciones no son siempre conmensurables. La novela de J. P. Gallagher donde se inspira la película “Escarlata y negro”, es una película partidista (provaticana) que quiere salir al paso de las acusaciones dirigidas contra Pío XII, en cuanto simpatizante de los nazis; y probablemente contiene mucha verdad en lo que se refiere a la representación de las gestiones bienhechoras de un monseñor Hugh O'Flaherty, durante la ocupación de Roma por las SS.

¿Puede hablarse de una “buena novela” de género religioso (descontamos “estilo”, “técnica”, “instinto lingüístico”, “oficio”, “genialidad del autor” o “cachete”, &c.) con indiferencia de la cuestión de la verdad? La razón fundamental de nuestra respuesta decididamente negativa es ésta: El arte religioso en general está indisolublemente ligado a la verdad de la “teoría interpretativa”, al margen de la cual el sentido se desvanece; el sentido cambia al cambiar la interpretación, y con él, cambia también el valor estético.

Nuestra tesis relativa a la implicación entre el valor literario y la verdad (en la novela religiosa), no pide la recíproca: Puede haber películas verdaderas, pero de escaso valor literario. En todo caso, la verdad se nos da en “franjas” de anchuras muy diversas, y, por ello, no hay reglas únicas para establecer su conexión con el valor y el sentido.