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Contra la crisis, la esperanza cristiana |
CAMINEO.INFO.- |
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Contra la crisis, la esperanza cristianaSat, 14 Nov 2009 10:01:00
CAMINEO.INFO.- Todo tiempo y todo hombre tienen su misión y a cada uno les dice el Señor, como a los profetas o a quienes elige para una tarea especial: “No temas, porque yo estoy contigo; no receles, que yo soy tu Dios”. “No les tengas miedo, porque contigo estoy yo para salvarte”. “No temas, María… El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (cf. Is 41, 10; Jer 1, 8; Lc 1, 30). Esto hizo posible siempre que el pueblo de Israel siempre mirase hacia adelante contando con la promesa de Dios.
Esto sigue sucediendo en la Iglesia, ha sido el Señor quien nos ha dicho: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a preparar un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy sabéis el camino” (Jn 14, 1-4). “Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir” (Jn 16, 13). Por eso no se puede ennoblecer el pasado a costa del presente. ¡Qué fuerza de verdad tiene la expresión del Eclesiastés: “No preguntes: ¿Por qué los tiempos pasados fueron mejores que los presentes? Eso no lo pregunta un sabio” (Ecl 7, 10).
No pueden existir actitudes melancólicas. No valen mitificaciones del pasado. Tampoco sirven elevaciones de teorías de progreso que se convierten en medidas absolutas. Hay algo que merece la pena que nos demos cuenta los cristianos: si Dios es eterno y está a igual distancia de cada época, resulta que vamos siendo, vamos llegando, vamos allegándonos a Él. Es verdad que los puntos de partida desde los que marchamos hacia Dios son en cada época diferentes y también son distintas las estaciones que hacemos en el camino. También es verdad que los peligros que nos acechan y las tentaciones que nos retienen son diferentes. Pero es cierto, que solamente nos conocemos a nosotros mismos si es que tenemos el atrevimiento de conocer el tiempo en el que vivimos o morimos. Y esto hay que conocerlo desde lo que nos hace eternos a nosotros mismos: el amor y la libertad. ¿Sabéis cual es la entraña de lo cotidiano? La eternidad. Es precisamente en estas entrañas donde se ejercita el amor y la libertad. Y en estas entrañas está la raíz de la esperanza. Busca la esperanza en lo eterno, lo caduco no te incorpora a la esperanza.
Precisamente por todo esto, el tiempo no lo tenemos que mirar como si solamente engendrase el desconsuelo. Entre otras cosas, porque un cristiano no queda a merced de la nostalgia. Un cristiano no se pone a llorar en el camino de la historia y por tanto del tiempo, lo que de belleza, de gloria o de libertad, va dejando por el camino y no puede retener en sus propias manos. Y si alguna vez llora, rápidamente encuentra otros cauces que marcan su vida. Un cristiano sabe que el consuelo del tiempo le nace de radicar su vida con plena libertad, en una esfera de sentido más allá del tiempo. Un cristiano sabe que solamente cuando radica su vida en Dios, en el Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, es cuando tiene verdadera esperanza.
Hay algo que siempre me ha impresionado, como es el pensar que al ser humano le da la verdadera medida aquello o aquél ante quien existe. Por eso si es que no existe ante nadie, termina siempre el ser humano, por un sentirse siendo nadie y si para nadie vale o por nadie es amado, terminará sintiéndose despreciable ante sus propios ojos. Por eso, ¡qué oferta más hermosa y con carga de profundidad la que hacemos los cristianos cuando decimos que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida! Sacar a todos los hombres que lo deseen del recinto amurallado de la soledad, del miedo, eliminar todas las heridas que puedan haberse realizado en el tiempo y mirar a Dios y al prójimo con ojos limpios, como Dios mismo nos mira, sin deseos impuros y sin apropiaciones indebidas. Recordad lo que hizo Jesucristo con Zaqueo o con la Samaritana. Esto mismo lo hace contigo y conmigo para llevarnos a la esperanza.
¡Qué maravilla! ¡Qué esperanza! ¿Quién puede darnos más esperanza? Desde que Dios por su Hijo ha existido con los hombres y por la Encarnación se ha unido en cierto modo con cada hombre, ningún mortal es sólo mortal, ningún peregrino es sólo peregrino. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido en cierto modo a cada hombre” (GS 22, 2). La humanidad que Jesús asumió en la Encarnación, y en ella la de todos nosotros, nunca será ya depuesta ni destruida, pues está radicada en Dios y esto es signo y garantía de nuestra presencia eterna ante Dios, de nuestra existencia en su compañía. Y es que el Inmortal ha compartido con el hombre su vida indestructible y el que es la meta ha salido al encuentro de quien se dirige hacia Él. Para que lo entendáis mejor, la parábola del Buen Samaritano es la mejor definición que el cristiano puede dar de Dios y de lo que tiene que hacer con el prójimo: Dios ha sido el que ha encontrado al hombre en su camino, le ha recogido del suelo, tras reconocerlo herido y maltratado, ha provisto su curación y volverá para ver si está plenamente restablecido (Cf. Lc 10, 30-37). Y esta parábola del hombre herido, por las circunstancias de su tiempo o de las situaciones de crisis, es la que no solamente nos sitúa ante Dios, sino también ante el prójimo. ¿Veis como llega la esperanza a este mundo? Atreveos siempre a dar esperanza, es cuestión de amor y libertad. La esperanza cristiana es una respuesta frente a la crisis.
Con gran afecto os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
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